jueves, 17 de septiembre de 2009

Tamara de Lempicka: de la frivolidad a la protesta

Icono feminista, estereotipo de mujer independiente y triunfante en un mundo en transformación, artista de “los años locos”, exiliada de guerra, modelo de alta costura, seductora fatal y cortesana de Hollywood.
¿Quién fue Tamara de Lempicka? Su obra atestigua que ella es y fue el resultado inevitable de la confrontación entre una vida frívola desarrollada en los cafés y sitios de moda de las principales capitales del mundo, y la bohemia de los aristócratas exiliados a causa del avance alemán.
Conceptualizada como pintora Art Dẻco, Tamara de Lempicka combinó en su obra dos realidades paralelas: el dolor inherente a la guerra y a la barbarie nazi, y la fascinación de toda una generación por la modernización del mundo.
Luz eléctrica, velocidad desenfrenada, automóviles, aviación, nuevos estilos arquitectónicos, pero sobre todo, la liberación de los roles femeninos, motivaron la configuración de obras caracterizadas por el empleo de formas geométricas y superficies desdobladas a la usanza cubista.
Mujeres rubias de miradas desafiantes, senos cónicos y posturas insinuantes (Perspectiva, 1923; La túnica rosa, 1927; La bufanda naranja, 1927, entre otras) alternan con el retrato de una madre de rostro anguloso y sufriente, cuyos lánguidos miembros abrazan con ternura desesperante a un bebé, carne propicia para el sacrificio que, a costa de los más débiles, se lleva a cabo en la ciudad de calles angostas y casas sencillas que queda atrás (La huída, 1940).
La sensualidad, rebeldía y provocación inherente a algunos cuadros contrasta con la miseria y decadencia reflejadas en los pintados con el objeto de apoyar a los polacos que huían aterrorizados ante el imparable avance de la Segunda Guerra Mundial y, aún más, con el patetismo y necesidad de auxilio espiritual reflejado en las obras de temática religiosa creadas en los últimos años de vida de la también amiga de Coco Chanel.
La antítesis temática sólo es explicable por el alejamiento de Lempicka de los compromisos sociales enarbolados por movimientos de vanguardia como el cubismo, el expresionismo y el futurismo, pero su apego a la evolución, técnica y estilo de éstos.
Una de las controversias más frecuentes entre críticos y creadores, muy bien encarnada por la autora nacida en Varsovia, es el definir si el arte es sólo una manera de imitar o mejorar la naturaleza o, por el contrario, si es el vehículo idóneo para la expresión de la disidencia.
Los cambios sociales en Europa y el espíritu de decadencia presente en los años de entreguerras parecen contestar con la segunda opción la interrogante antes planteada. La pintura de aquellos años refleja más la descomposición moral y la fragmentación del universo humano que el espejo del mundo que pretendieron crear los artistas de otras épocas, por ello, quizá, los modelos de Lempicka muestran cierto desprecio a lo convencional, rebeldía manifiesta tanto en las sugerentes posturas de los personajes, como en el desaforado colorido de los óleos.
No obstante, el paisaje que constituye el fondo de los cuadros y algunas escenas tomadas de Nueva York o ciudades europeas, deja entrever al público la influencia que la pintura renacentista italiana, sobre todo la de Boticelli y Pontormo, tuvieron sobre la concepción estética de Tamara de Lempicka.
La muestra exhibida en el Museo del Palacio de Bellas Artes, constituye la primera exposición sobre la producción de la exiliada polaca en México y América Latina. Está integrada por 49 óleos, 15 obras en papel y 21 fotografías procedentes de colecciones privadas de varios países de Europa, Estados Unidos y México y, también, de museos de Francia y Polonia.
El recorrido está fragmentado en cuatro núcleos que representan etapas diferentes en la creación de Lempicka: Olvido y descubrimiento, Narcisismo a contraluz, Sujetos y afectos y Pintora de los años locos, en las cuales se incluyen algunas de las piezas que usó el curador Alan Blondel en la Galería de Luxemburgo de París, con el objeto de motivar, en 1972, la revalorización de la pintora, tras varios años de olvido.
Después de haber sobrevivido a dos guerras mundiales, a la Revolución de Octubre en Rusia, a la transición del zarismo al comunismo y al exilio, Tamara de Lempicka murió a los 82 años en Cuernavaca (1980). Su pintura reflejó todos los tipos humanos y sitios con los que se relacionó durante su nómada existencia: vivió en Varsovia, San Petesburgo, Moscú, París y Estados Unidos, sin embargo, ninguna de las obras pintadas en todos estos lugares, muestra tanta melancolía y destellos de luz como la naturaleza muerta reproducida en “Tres bambúes”, Morelos, cuadro donde una ventana transparente y una puerta abierta permite al curioso observar la vida vegetal que se extiende más allá del umbral en una caótica, pero a la vez armoniosa, combinación de claroscuros.


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