martes, 2 de diciembre de 2008

De las letras a los números

Querida Adriana:

Crisis vocacional: esas son las dos palabras que pueden definir estos meses. En efecto, encontré a Moby Dick y ha ofrecido demasiada resistencia, tal vez me vea obligada a mantener la caza hasta la salida del sol.
Como sea, ya hay un “plan B”, pues si no logro dominar a la ballena blanca, definitivamente, no pienso tirarme al mar ¿Cuál es el plan alterno? Estudiar Física, ¿crees que sea disparatado? se aleja del todo de lo que he hecho hasta ahora e incluso no sé si tenga las habilidades necesarias para hacerlo, hay algo en mí que se resiste a dar ese paso, aunque en realidad hoy inicié con mis lecciones de matemáticas.
Me gustaría saber que debo hacer, pero desafortunadamente es cierto aquello afirmado por Kundera acerca de que la vida sólo es un conjunto de hipótesis que si no son sometidas a un proceso de investigación se quedarán estériles y harán más aburrida e intolerable la existencia.
De repente siento un enorme hastío hacia todo y hacía todos, qué remedio puede haber. Siento que estoy dando “palos de ciego” y no acierto a encontrar la senda correcta, ¿has tenido esa sensación?
Por si fuera poco, comienzo a entender un poco la lógica con la que operaba un personaje de Truman Capote, del cual hace poco discutí con el maestro Enciso, me refiero a Holly de Desayuno en Tiffany’s , quien trataba de justificar sus actos al autoconvencerse de que no era una puta, si en el fondo de su corazón encontraba una chispa de amor.
¿Encuentro amor en mis actos?, no, más bien una especie de resaca moral que trato de ocultar con el disfraz de sentimientos fingidos. Sabes a que me refiero. Creo que enloquezco.
Ya, basta de divagaciones, dime qué piensas de mi plan B. Mientras, trataré de eludir la realidad con un libro.
Cuídate y ruega porque halle algún tipo de iluminación en este errático camino.
Más loca que de costumbre.
Jeanette

viernes, 7 de noviembre de 2008

¿Por quién doblan las campanas?

Querida Adriana:

¿Has escuchado a las campanas doblar? La muerte tiene múltiples maneras para herirnos y el final biológico no es la única forma de despedida.
Hace casi diez años que las campanas sonaron para mí, ¿lo recuerdas? estudiábamos aún en el CCH y tuve que acompañar a mi madre a Veracruz. Al llegar al pueblo, un monótono tañido arrancó lamentos a Josefina: su padre había muerto.
¿Sufrí por aquel incidente? No particularmente; en toda mi infancia no vi a aquel hombre más de tres veces, casi no recuerdo nada de él, salvo las eternas peroratas de sus días de locura, cuando a la medianoche tomaba a bien improvisar cantos sacros, donde la virgen María y "los maicitos” adquirían el mismo nivel divino, o cuando se desgañitaba exigiendo comida —a las tres de la mañana— a María, mi abuela…
"María, hija de la chingada, ¿a qué hora van a estar mis chilaquiles?"… y ella, taciturna, se levantaba para acercarse a su catre y decirle que su hija, la "Inita", estaba de visita y que él, con sus gritos, no sólo iba a despertar a "los chiquillos" (léase mi hermano Joan y yo), sino a todo el vecindario.
"¿La Ina?", preguntaba un tanto sorprendido mi abuelo, a pesar de haber estado con mi madre toda la tarde. Mamá acomodaba mi cabeza en la almohada y se dirigía a la habitación de Guillermo: "ya duérmete, apá, ya es muy tarde".
Él la miraba unos minutos y, finalmente, fingía que dormía. Muchos años tuvo que aguantar María la locura de quien fue su esposo, desde mucho antes de que llegara su primera menstruación.
El aviso llegó por la noche —como suelen hacer las aves agoreras—, sonó el teléfono, mi papá contestó y, minutos después, vinieron los sollozos, las carreras y los fútiles esfuerzos por conseguir el dinero necesario para el funeral.
Si la memoria no me falla, aquella noche, yo leía el Werther de Goethe en la sala y mi hermano pretendía hacer su tarea en la cocina. Mamá entró (no sé porqué la recuerdo con el vestido negro de lunares blancos que traía puesto el día de la muerte de su hermano Alfonso, un par de años antes) y, tratando de contener los sollozos, nos informó que nuestro abuelo había muerto.
Pronto distinguí el enrojecimiento de la cara y los pliegues que se forman en la frente de Joan, cada vez que está a punto de llorar. Él lo quería y, supongo, que aún ahora, lo recuerda con cariño, pues en las pocas ocasiones que llegamos a ir de visita al pueblo, mi abuelo lo llevaba al barbecho o a la finca. Salían al camino de la mano, Guillermo con su camisa de franela a cuadros y un bordón para no perder el equilibrio, y Joan con la sonrisa de quien tiene siete años y no puede desear nada más que un viejo y ennegrecido sombrero de palma en la cabeza, una canasta con el almuerzo de mi tío en una mano y la posibilidad latente de mirar, tan sólo de reojo, a Carmelita, "corazón de chocolate", la vecina de ojitos verdes.
Yo también lloré y sólo ahora me atrevo a confesar que lo hice por motivos totalmente egoístas: esa semana iría a una comida con ciertos colombianos bastante guapos —al menos así me parecían a mis 16 años… bueno, también a mis 26—y ahora, me veía obligada a abandonar todos mis proyectos, por el deber de acompañar a mamá a Veracruz, pues Manuel, mi papá, no podía dejar el trabajo, Joan se quedaría para la escuela (estaba a punto de reprobar unas materias) y yo pasaba mis días holgazaneando, la UNAM se encontraba en huelga.
Al ver que los dos llorábamos, ella trató de tranquilizarnos y de explicarnos que mi abuelo había muerto porque ya estaba "muy viejito" y era preferible lo que estábamos pasando a que él hubiera sufrido durante largo tiempo por alguna enfermedad.
De muy mala gana, tomé un par de blusas, una chamarra y unos pantalones, los empaqué y subí al taxi que nos llevaría hasta la terminal de autobuses. Josefina no durmió en el camión, llegamos a Xalapa como a las tres de la mañana y, a esa hora, decidí desayunar. Ella no comió nada, ni siquiera quiso beber un café, ya no lloraba, pero sus ojos estaban anormalmente rojos. Tampoco quería hablar conmigo y se limitaba a ver hacia el frente, mientras esperábamos a que amaneciera, para poder tomar un transporte al pueblo, situado a unas dos horas de la capital.
Nunca dejé de hacer cálculos, todo el camino me la pasé observando vacas por la ventanilla y planeando estrategias para regresar pronto: "hoy lo entierran, otro día para descansar, uno para regresar y… ya está, en cuatro días puedo volver e ir a comer con Cocorro, Adriana y, claro está, con Esteban… ¡ah, qué bonitos ojos tiene Esteban!".
Llegamos a Cerrillos, es el nombre del lugar donde nació mi mamá, alrededor de las ocho de la mañana. Al abrir la puerta del taxi, me recibió el tétrico lamento de las campanas del pueblo, doblaban por mi abuelo.
Mamá no pudo reprimirse por más tiempo. Me dejó a la mitad de la calle empedrada, con las maletas tiradas a mis pies, y sitiada por la mirada curiosa de media decena de lugareños de hablar entrecortado, bigotes ralos y dientes de oro.
—Buenos días—, aventuré para salir del paso. Ellos, los amigos de mi abuelo, me contestaron e iniciaron el interrogatorio:"¿tú eres la hija de la Ina, verdá?", "¿y vienen solas verdá?","¿y tú papa (sic) no va a venir?", "¿querías mucho al ‘indio’?"…Contrariada, esperaba el regreso de mi madre, para que pudiera ayudarme con las mochilas y pagara al taxista…"sí señor, soy yo", "sí señor llegamos a las tres a Xalapa","no señor, tenía que trabajar, pero va a venir a recogernos", "no sé quién sea el ‘indio’, señor… ¡ah, mi abuelo!, sí señor lo quería mucho", "claro, debemos ser fuertes, así es la vida"…
Al entrar en la casa, me llamó la atención el trajín de muchas mujeres en la sala. Unas ponían flores en vasos de vidrio, otras encendían veladoras, algunas entraban y salían de la cocina al patio con recipientes de barro o aluminio entre las manos. De no ser por el cadáver cubierto con sábanas blancas que estaba sobre una mesa de madera, cualquiera se hubiera atrevido a jurar que aquellas figuras de delantal de cuadritos, trenzas largas y vestidos floreados se preparaban para una fiesta.
Entré a la cocina sin que nadie reparara en mí. Mi abuela miraba las ascuas del fogón, mientras se cubría la cabeza con un reboso azul marino y se mecía casi imperceptiblemente en una silla de madera a punto de quebrarse de tan vieja que era. ¿Qué le podía decir?, me acerqué, me arrodillé para quedar a la altura de su cara y le di un beso en la frente. "Mi niña, ¡qué bueno que vinites!", tras una breve mirada, rompió en sollozos. Me limité a abrazarla.
Un par de horas después, llegaron unos hombres con un ataúd demasiado grande para mi abuelo. El féretro me pareció demasiado colorido para la ocasión, era morado y estaba circundado por hilitos de color amarillo. La tapa estaba separada de la caja.
Con extraordinaria fortaleza, mi madre y abuela contemplaban cómo colocaban el cuerpo dentro del cajón. Mamá se acercó a hablar con Guillermo —hasta hoy ignoro lo que le dijo— y se despidió con un beso.
No creo haber vivido nada más terrible, esos segundos quitaron el egoísmo de mí y, por primera vez, lloré con sinceridad, no por mi abuelo, sino por el dolor de Josefina, a quien amo más que a nadie, y los angustiosos lamentos de mi abuela. Un hombre se acercó a clavar la tapa. Para mí, cada uno de los golpes resonarán para siempre, porque se mezclaron con los gritos de mamá y el doblar de las campanas.
Regresamos a la ciudad quince días después y, en realidad, ya no me importaba el haber perdido la reunión, mi abuela dejó su pueblo y se quedó a vivir con nosotros.
Aquel día de los dobles, la muerte me tocó por primera vez, no porque se haya llevado a alguien que yo quería, sino porque había desgarrado la alegría de mi madre. Desde entonces, Adriana, he de confesar que tengo miedo a la muerte, no a la mía, sino a la de quienes amo. ¿Qué haría yo si me dejan?
Por último, debo aceptar que tengo cierta morbosa curiosidad por saber cómo sonarán las campanas, cuando doblen por mí.

Tu siempre querida
Jeanette

El primer encuentro con el Leviatán

Querida Adriana:

Sé que es un lugar común hablar de las encrucijadas del camino; sin embargo, puedo afirmar el encontrarme en una de ellas. Todos sabemos que son diferentes las cosas que deseas hacer y aquéllas que realmente puedes realizar.
En realidad, es imposible ser bueno en todo y, en estas últimas semanas, me he dado cuenta de mi posesión de ciertas habilidades: puedo hacer corrección de estilo sin mayor problema, he podido ayudar, aunque sea someramente, a algunos de mis alumnos, ¿te he contado que uno de ellos decidió estudiar periodismo bajo el argumento de que quiere ser como yo?
¿A qué viene todo esto? fácil, tal vez el reporteo no esté entre mis posibilidades. Hiroshi me dio la oportunidad de estar en Global, pero no he realizado grandes cosas, me cuesta muchísimo lograr una entrevista, recién he acertado en el enfoque buscado en los reportajes y, en los primeros días, llegué al extremo de que el editor me pidiera escribir siguiendo la estructura de "sujeto, verbo y predicado". Te juro que, hasta ese día, nunca había podido aplicar a cabalidad el adjetivo "estúpida" (por no usar una palabra más fuerte) en mí misma.
Tal vez debería dedicarme únicamente a la corrección, al parecer consideran bueno mi trabajo en Mc Graw-Hill y aún siguen buscándome en Patria. Quizá sea momento de despertar y dejar de soñar, pero me resisto (tú sabes cuán terca soy) y mi lado más soberbio aflora y me impulsa a seguir aquí y a decir "si otros lo han podido hacer por qué yo no".
Es probable que este discurso derrotista nazca de mi cansancio crónico. Como sea , al mirar alrededor, es inevitable recordar una frase dicha por mi novio muerto, Víctor Hugo, en El 93:"los animales tienen derecho a descansar, más no los hombres" y entonces, a pesar de todo, retomo la lucha donde la había abandonado y me prometo a mi misma que no desistiré, sino hasta en el momento en que me vea precisada a dejar mi sangre sobre el papel o en el teclado de la computadora.
¿Lo ves? tan sólo con escribir esto he retornado a mi propósito original, no puedo permitirme hacer algo diferente en esta vida…
Pues así las cosas: yo lo intento, me dicen que no sirvo; lloro un día y al otro estoy feliz por haber hecho una entrevista, por ver mi nombre impreso sobre el periódico o, simplemente, por escuchar todas las cosas que dicen quienes me rodean.
Debo irme, monstruo, debo hacer un cuestionario y escribir, qué importa si, dentro de algunos minutos, me veo forzada a empezar de nuevo, al fin y al cabo, tengo la seguridad de siempre poder reiniciar.

Con grandes problemas de bipolaridad, tu siempre afectuosa

Jeanette

jueves, 28 de agosto de 2008

Recuerdos desde Nantucket

Querida Adriana:

He pasado demasiado tiempo en Nantucket y ahora es necesario regresar al océano. Debo dejar de jugar a ser Ismael, por más que me complazca la contemplación del mar, y aceptar, de una buena vez por todas, que soy el monomaniático Ajab y me destino es cazar a la ballena blanca o, de lo contrario, resignarme a morir, pues para mí no existe otro camino posible. ¿Desistir? Nunca. Prefiero navegar eternamente con mi pata de palo y la amargura en el corazón a perderme en el abismo de la molicie y el sinsentido.
Dentro de una semana me embarcaré, no espero que nadie vaya a despedirse al puerto, pero mucho me temo que si hay un naufragio, no encontraré los suficientes despojos para salir a flote. A Ismael, le aterraba el misterio del gran cachalote: el color le traía reminiscencias de antiguos actos siniestros, su habilidad le producía el vértigo atrayente del abismo y la incertidumbre de la muerte; sin embargo, más extraña que las aberraciones de un mundo caprichoso, es la irracionalidad del capitán, quien a sabiendas de su inferioridad respecto al monstruo, decide apostar su vida a la extraña empresa del dominio de la quimera, al sometimiento de la utopía, cuya materialización implicará el resumen y el premio a toda su existencia.
Sé que eres mi confidente, pero tú y yo conocemos de sobra que Moby Dick es sólo mi enemiga y esta aventura he de emprenderla sola y tengo mucho miedo, pues soy completamente consiente de mis debilidades y pecados. ¿Dios me ayudará? No, sabes que Él no moverá ni un dedo, todo depende, entonces, del viento y de mis habilidades como marinero, soy novel en el arte de la navegación, pero aspiro a convertirme en viejo lobo de mar. Supongo que intuyes las pregunta obligada: ¿cómo lograré clavar el arpón en su enorme corazón?, cada día me doy cuenta de mi flaqueza y me asusta mi ignorancia, pero tal vez si estudio, si me guío de los más sabios y persisto en mi cometido, finalmente logre vencerla.
Así, pues, levanto anclas de nuevo: tenderé el velamen y espero que mi alma no se amotine, ni el fuego logre llegar a la santamaría de mi barco. Con el paso de los días te daré la crónica de mi viaje, espero con ansia el día en que logre derrotar a mi monstruo.

Desde el puerto, tu fiel

Jeanette

martes, 26 de agosto de 2008

El verdadero Nombre y el misterio del universo

Jeanette Muñoz

Un día, un sabio rabino se sentó a la puerta de una Sinagoga para hablar sobre la Ley a los niños; el hombre explicó que aquel que pueda trazar el álef, la letra del agua y el génesis, y sea capaz de pronunciar en una sola voz el sonido de todas las cosas existentes en el universo, conocerá, por fin, el Nombre secreto de Dios, pues sólo los escogidos para tal honor, accederán al misterio de la mercabá, la carroza de los cielos, síntesis de los cuatro elementos y metáfora de las virtudes humanas.
En los miles de años de diáspora, el pueblo judío ha sido consolado en su sufrimiento por múltiples interpretaciones de lo divino: la Torá no sólo es testimonio literal del pasado hebreo, entre sus líneas se esconden mensajes que, leídos correctamente, revelan milagros, realidades fantásticas y el misticismo inherente a la vida diaria, mediada por la sabiduría obtenida a partir de la contemplación del cielo, el mar, la tierra y el alma de los hombres.
La narradora y ensayista Angelina Muñiz- Huberman, reúne, En el jardín de la cábala, una serie de cuentos matizados por las concepciones religiosas y éticas de los cabalistas, estudiosos del Talmud que trataban de encontrar las claves del misterio del universo, en el análisis exhaustivo de los libros dictados por Dios y en aquéllos escritos directamente por su mano.
Mediante una prosa ágil e incitante, la también autora de Huerto cerrado, huerto sellado expone a los no iniciados los intrincados, aunque luminosos, rincones de un mundo mágico cuya concepción se haya en el momento mismo de la separación entre el orden y el caos.

Bibliografía:

Muñiz- Huberman, Angelina. En el jardín de la cábala. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2008, 220 pp.

Lo bello en lo clásico

Jeanette Muñoz

Para muchos, la civilización griega simboliza la cúspide artística e intelectual del mundo occidental. La escultura, la pintura, la arquitectura, la poesía y el teatro helénicos se han constituido en figuras paradigmáticas de la imitación de la realidad empírica y la representación alegórica. La naturaleza, escribió el alemán Johann Joachim Wincklemann, fundador de la Historia del Arte, nunca alcanzará el ideal de la perfección; la belleza, por el contrario, sólo puede ser el resultado de una racionalización mediada por la cultura.
En Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y en la escultura, recopilación de tres textos de elucidación artística, Wincklemann resucita la utopía de una sociedad que, basada en concepciones estéticas, logró configurar una particular visión de la belleza y la simetría, atribuible a elementos tan disímiles como las costumbres, el paisaje, el clima y la Historia de los antiguos habitantes de Ática.
No es que el arte haya sido inventado por los griegos, explica el estudioso de Brandemburgo, pues, varios siglos antes, los egipcios ya habían dado muestra de su capacidad de representación; sin embargo, la libertad inherente a los atenienses, permitió el desarrollo de un estado de contemplación que los llevó a la creación de obras, cuya belleza, más que sensualidad, se convierte en reflejo de lo etéreo y lo sublime, características que los artistas de cualquier época deberían imitar, so pena de caer en abstracciones ininteligibles y superfluas.

Bibliografía:
Winckelmann, Johann J. Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y en la escultura. España, Fondo de Cultura Económica, 2007, 248 pp.

Tragedias más allá del jardín

Jeanette Muñoz

Entre las muchas habilidades de la Muerte, se encuentra la de marcar de un millón de maneras distintas a quienes tienen el infortunio de mirarla a la cara: a Sarah, una de las niñas de La casa del frontón, le desgarró el cuello de su blusa, tan sólo para recordarle que la vejez ya había llegado y atrás quedaban las noches de las fiestas celebradas a la orilla de la piscina decorada con flores blancas.
Frente al ataúd de su padre y las palabras esperanzadoras del rabino, Sarah lloró, no por quien habría de ser sepultado, sino por el destino que aquel hombre forjó para ella y sus hermanas, mujeres insertas en un mundo patriarcal, donde la dominación era el único signo visible del amor familiar y los miedos debían esconderse en el cuarto de baño, mientras los sollozos se ahogaban con el rumor del agua de la regadera.
Los rituales funerarios duraron una semana; más tardó el luto por una infancia malograda, una adolescencia infeliz y una adultez repleta de incertidumbres y culpas que arrastraron a la depresión a todas las hijas de Samuel, el próspero empresario judío. Sarah resiste la prueba refugiada en la comida, no así su “Ilys”, la hermana frágil que decide dejar de existir y despoja de su reflejo a su compañera de infancia.
Sofía Buzali, fundadora de la Academia de Artes plásticas y Visuales (ARTEUM) y finalista del concurso “Escribe tu libro”, se hace copartícipe en el dolor de sus personajes, explora sus pensamientos y las acompaña en un mundo donde, a pesar de las riquezas materiales y la vanidad, se impone el deseo de ser comprendidas, ayudadas y rescatadas de la miseria de la propia existencia.

Bibliografía:
Buzali, Sofía. La casa del frontón. México, Editorial Dos líneas, México, 2007, 120 pp.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Sabor lima- limón


Querida Adriana:

Como Mamburú se fue a la guerra (sí, ¡qué dolor, qué dolor, qué pena!) sin despedirse de mí, he ocupado mi mente en cuestiones tan trascendentes como la forma de las nubes (¿qué?, de alguna manera debo eludir la realidad, so pena de convertirme en tu amiga la loca).
Pues bien, ayer aproveché mi viaje a Naucalpan (sabes de mis clases ahí) para relajarme un poco y ahuyentar los fantasmas. Entre mis lúdicas actividades microbuseras, incluí la observación del cielo y fue inevitable recordar aquel viejo fragmento de Canek que solía leer con Kathya en la explanada de la Facultad, ¿lo recuerdas?:

“-Mira las nubes, Jacinto. Dentro de ellas viven los fantasmas. Cuando los fantasmas duermen, las nubes son blancas; vuelan despacio para no despertarlos. Los mecen y los llevan lejos. Cuando los fantasmas despiertan, las nubes se vuelven grises y se agazapan contra el horizonte. Cuando los fantasmas se enfurecen, entonces las nubes se tornan negras, se agrietan y estallan.
Canek preguntó:
- ¿Y nunca salen los fantasmas de las nubes?
- Cuando salen de las nubes, las nubes desaparecen.
- ¿Entonces qué son las nubes?
- Las nubes, Jacinto, son las sombras de los fantasmas”

Sí, es muy bueno. Quisiera algún día poder escribir de esa forma.
¿Sabes en qué más pensé ayer, Adriana? En todo lo que solía soñar. No cabe duda de que, con el tiempo, todo se desmorona…
No pensemos en ello y cambiemos de tema. Déjame contarte que por estos días me he ocupado de dar clases de gramática. Cuando llegamos a la conjugación de los verbos, uno de mis alumnos me lanzó una pregunta que ya me habían hecho antes (tal vez tú sabes cuál es la respuesta): ¿cómo se conjuga “saber”?, inicialmente, pensé que hablaba del “saber” referido a la posesión de ciertos conocimientos o habilidades; sin embargo, él especificó que se refería al “saber” que significa tener sabor, verbo comúnmente aplicado sólo a las terceras personas tanto del plural como del singular. Ante tal duda, llegó a mi mente el vívido recuerdo de una tarde en que alguien me dijo: “sabes a manzana con canela”… “tú tienes un gusto a limón”, debí haber contestado en aquel entonces, pero con los nervios me limité a reír estúpidamente.
Yo sé, tú sabes, él sabe… No es que él tenga un sabor cítrico, más bien todo su cuerpo huele de esa forma, su cabello, su cuello, sus brazos… sus labios hechos un tanto de esencia de naranjas y otro tanto de jugo de limas.
Nosotros sabemos, ellos saben, ustedes saben, sí en efecto, no sólo los alimentos poseen sabor, las personas también lo tienen y cuando ellas deciden alejarse de ti, sólo los aromas y un agridulce gusto en la lengua preservan la memoria de los días pasados.
“Saber de sabor”, como diría mi avispado alumno, se conjuga de la misma manera que saber; sin embargo, como vos sabéis, los conocimientos escapan, tarde o temprano, de tu mente… pero, los sabores, Adriana, te dejan la tibia conciencia de lo perdido.

Con nostalgia

Jeanette

domingo, 10 de agosto de 2008

Azul pintado de azul

Las dobles adjetivaciones, el ritmo sustentado en aliteraciones, la exaltación de lo bello e ideal −como recordatorio político de lo socialmente destruido− y la manifestación melancólica en tonalidades azules, marcaron una inflexión en la literatura y en la lengua de estas latitudes. Sin la irrupción intelectual del modernismo, los escritores latinoamericanos nunca hubiesen sido capaces de sustraerse a la estética y al estilo implantados por los autores europeos y jamás hubiera sido posible la incorporación a nuestras historias de las voces, sabores, alegrías y lamentos locales.
Rubén Darío, José Juan Tablada. Leopoldo Lugones, Amado Nervo y José Martí, por mencionar algunos, fueron maestros de un movimiento artístico de difícil definición e intrincada clasificación, pero cuyas obras son capaces de demostrar las posibilidades de nuestra lengua, al ser sometida al paciente tratamiento de las “manos del orfebre”.
En Cuento modernista hispanoamericano, Fernando Díez de Urdanivia reúne una colección de 27 obras, cuyos temas van desde la oscura concepción teológica de un pueblo suicida, hasta la inocencia de una niña que, al preferir una muñeca negra, se opone al dolor generado por la discriminación inherente a un sistema de castas; todo ello, enmarcado en las construcciones sintácticas que generaron uno de los tres grandes giros sufridos por el castellano −los otros dos fueron Góngora y Garcilaso, según el compilador− y en un lirismo cuyo común denominador es la extrañeza ante “los misterios de la vida y la muerte”.

Díez de Urdanivia, Fernando. Cuento modernista hispanoamericano. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2008, 304 pp.

Cuando el amor se va…

De entre los cientos de personas que podemos conocer en nuestra vida, de repente, surge alguna capaz de romper el equilibrio, de hurtar la tranquilidad y dejar en su lugar una suerte de desazón que, mal orientada, puede arrastrarnos al sufrimiento y a la ejecución de actos totalmente ajenos a nuestras concepciones tradicionales sobre la moral.
¿Qué es lo que queda cuando el amor se va? Humanamente, buscamos con desesperación la manera de llenar el vacío. Agustín −que no Juan− Escutia (chiste del autor) fue abandonado por su Esteban y, tras haberle devuelto todas sus cosas, se dedicó a la recreativa tarea de fornicar con cuanto hombre se le cruzara por el camino.
Encuentros ocasionales en cines porno y baños públicos, orgías al por mayor, uso de botellas y mangueras, como sustitutos de falos, llenan la vida de Agustín y las páginas de Cuchillo de doble filo, novela donde Luis González de Alba hace gala de un lenguaje soez y una imaginación prosaica que, lejos de contribuir a la aceptación de la comunidad homosexual, conlleva al refuerzo de los estereotipos en boga y a la discriminación, ya de por sí preocupante, hacia este grupo.
La vida no tiene que ser, únicamente, una serie de encuentros carnales fortuitos; existe algo más allá a la simple vocación por el placer sexual, aun en aquellos casos en que la tristeza nos empuja a la irracionalidad. Alguien debería habérselo dicho al autor hace mucho tiempo y, de esta forma, nos hubiese ahorrado más de cien páginas de lectura estéril.

Bibliografía:
González de Alba, Luis. Cuchillo de doble filo. México, Cal y arena, 2008, 132 pp.

Sobre la vida en los libros

Querida Adriana:

Si algo me molesta de las personas, es el hecho de que deseen pensar por ti; dan por sentadas sus convicciones, sin tomarse la molestia de consultar tu opinión. A casi un mes de distancia, no acabo de entender lo sucedido… ¡qué más da! Culpa mía es por creer a pies juntillas todo lo que me dicen. Nunca fue más clara para mí aquella vieja máxima que dice “en el pecado viene la penitencia”. Claro está que no me arrepiento, yo no hice nada inadecuado y si alguien se equivocó, de cierto te sé decir que no fui yo.
Me causa una enorme repulsa el vivir en este siglo, sé que es motivo de risa, pero en verdad hubiese agradecido ser un personaje de un libro de Austin… sí, me puedes argüir, y con justa razón, que, en más de una ocasión, esa escritora fue calificada de “tonta mariposa atrapa maridos”, pero la verdad es que nunca se casó (gran paradoja), además yo dije que deseo ser uno de sus personajes y no ella misma. ¿A quién, entonces, me refiero?, por su puesto, a Elizabeth Bennet, ¿puedes imaginar vida más feliz y gratificante? Estudios de música, pintura, alemán, francés, latín, historia, geografía, tiempo para la lectura, caminatas por el campo y particular talento para las letras; todo ello, complementado con viajes a Londres y a París, amén de relaciones perfectas.
Todo sería más fácil si viviera dentro de un libro decimonónico o anterior ─voy mejorando, de niña quería ser un personaje de serie animada─, ¡hubiese sido fantástico ser Eponine Tenandier de Víctor Hugo (de hecho me identifico un poco con ella y haber sido Cosette implicaría aceptar ser un tanto estúpida y el asunto aquí es mejorar)!, ¡qué tal Elizabeth Havisham de Dickens!: la loca eternamente enamorada de un hombre que la abandonó en el altar, vestida para siempre de novia con un albo traje bordado de telarañas… Sí, ya sé que por ahora no tengo tiempo para la demencia, debo trabajar y sacar el más cuerdo de mis rostros, para afrontar a mis “alumnos” ─que, por cierto, tienen la habilidad de inducirme al delirio─ y a la monomanía que he forjado por mi Moby Dick personal, tú sabes bien cuál es.
¿Sabes qué sería en verdad divertido? Despertar un día y descubrir que, en lugar de estar en mi cama, me encuentro en el vagón de un tren camino a los Cárpatos: La puerta se abre y… ¿señorita Murray hemos tenido durante la noche noticias del conde?, en ese caso, a ti te hubiese correspondido ser la poco cándida señorita Lucy Westenra y, a decir verdad, no creo que te vaya muy bien el papel, eres demasiado casta para ello.
¿Quién te gustaría ser querida Adriana?, nunca en los viajes emprendidos de la mano de mis novios muertos he encontrado a alguien parecida a ti y eso puede ser explicable por la razón de que tú eres uno de esos seres sencillos a quien el mundo odiaría perder… pero, ahora que lo pienso, tal vez te asemejas un poco a Carlota, la obsesión de Werther, coqueta, un tanto desconsiderada con tus pretendientes… espero que no induzcas a Carlos Daniel al suicidio, aunque a él le falta el encanto, la sensibilidad, la inteligencia y, por su puesto, como un metro de estatura (soy una bruja malvada), para asemejarse al héroe creado por Goethe.
Me gusta imaginar a David como a Dorian Gray (a él le gustaría ser eternamente joven y hermoso), a Cristóbal como el doctor Seward y a mi pequeño Emir siempre le doy un papel en cada una de mis lecturas, aún no sé a quién se parece exactamente, es demasiado complicado y listo: ha sido Ismael, Julián Soren, Sydney Carton, Mr. Hyde, Roberto de la Griva y, por estos días, le he dado la tarea de representar a Miramón, pues estoy leyendo a Fernando del Paso.
Para redondear esta carta y con el fin de recuperar la idea del primer párrafo, diré que hace poco tiempo, pensé encontrar a mi propio Fitzpatrick Darcy ─en algunas traducciones Fitzwilliam─, pero al parecer a él no le pareció tan buena idea quedarse conmigo. A pesar de que lo quiero mucho y lo extraño demasiado, lo mejor es desistir, dejarlo ir, aunque ─si lo he de confesar─ nada me gustaría más que olvidar todo y poder tener la seguridad de que él también desea estar a mi lado.

Con cariño

Jeanette

P.D. Deseo aclarar que Cartas a Adriana, es una sección en la que pretendo abordar toda clase de temas, pero en un tono más impersonal. El que estén dirigidas a mi amiga, no quiere decir que sean sólo para ella, esto lo digo por el comentario que me hizo llegar el buen José Luis Enciso; más bien, Cartas a Adriana trata de emular un poco el estilo epistolar de mis escritores favoritos, ¿me darán la licencia para ello?
Aclaro, también, que esta será la única ocasión en la que abordó un tema tan personal, pues no deseo convertir esto en un diario de chismes ─es más, no creo que le importen a nadie─, es sólo que por esta ocasión no lo pude resistir.

martes, 5 de agosto de 2008

De los 100 números del Buró

Mi querida Adriana:

He estado pensando y, en definitiva, no existe cosa alguna sobre lo que no te pudiera hablar. Eres un poco espejo y un tanto reflejo. Tú sabes lo que hay en mí y por lo tanto, desde hoy, te escribiré regularmente una carta, catarsis, pero también técnica morbosa, implementada con el fin de esquivar el tedio producido por los textos incluidos en este blog (tal vez así supere mi récord de visitas: 1 persona, ja, ja).
¿Por qué te escogí a ti como destinataria de mis epístolas y depositaria de mis devaneos y no a otro de mis amigos? Sabes de cierto que quiero muchísimo a Cristóbal y Emir Abdulla de León- Heroles (creo que ahora debería agregar el apellido Del Río. Perdón, chiste local); sin embargo, a ti te conozco desde hace más tiempo y, en definitiva, es más fácil entenderse con una mujer que con esa subespecie en vías de desarrollo cerebral que son los hombres (sin ofender chicos, me apego a las teorías de Darwin).
Pues así las cosas, comencemos… ¿qué te puedo contar? El domingo pasado se publicó el número 100 del otrora Buró, columna que hace poco cambió su nombre, para convertirse en una emulación de cocina económica o de taquería, pues ahora se llama Dos para llevar, nombre sugerido ─según el multicitado y acreditado maestro Víctor Manuel Torres ─ por el jefe Galarza (Sí, brincos diera que fuera mi jefe).
El punto es que llevo escribiendo reseñas para ese espacio desde hace casi un año y, haciendo cuentas, me di cuenta que de esas 100 emisiones, yo he escrito para poco menos de la mitad de ellas, lo cual es raro, considerando el hecho de que yo no trabajo en Excélsior y aún está lejano el día en que lo pueda hacer. Haciendo gala de arrogancia, creo que el único que me supera en el número de reseñas escritas es el propio Víctor, pero crimen sería enunciar lo contrario, pues él es el titular de la columna. Otro tanto puedo decir de Lecturas productivas, pero esa es otra historia.
Dados estos antecedentes, me pregunto cuál es la razón de que yo siga fuera de las nóminas de los periódicos de esta ciudad. ¡Nadie me quiere! Y mira que he trabajado, ya no tenga idea de qué es lo que debo hacer para conseguir un empleo decente, ya estoy bastante harta de estar jugando a la “maestra” en esa “escuela”… ¡Vamos, el tiempo pasa, dentro de unos cuantos meses cumpliré 26 años y es risible que yo me dedique a esto, mientras mis amigos ya son hasta editores web del Reforma!
¿Qué hago Adrianita? Dime, es que ha llegado la hora de desistir y renunciar a todo lo que yo quería, hay algo que no termina de embonar.
Sí, Cristóbal dirá que este espacio se convertirá en mi “muro de las lamentaciones”, pero qué remedio.
Te veo después, monstruo macarena, cambiaremos de tema y tal vez, para la siguiente sesión, redacte una virulenta diatriba en contra de cierto individuo de cuyo nombre no me quiero acordar (sí, Cervantes debe estar revolcándose en su tumba).

Bye, bye

Jeanette

miércoles, 11 de junio de 2008

Feminismo en la Edad Media

La Edad Media, también conocida como época oscurantista, estuvo política, religiosa y culturalmente determinada por la relectura, en el mundo cristiano, del pensamiento helénico, cuyas máximas establecían un orden social inalterable, donde los hombres estaban encargados de la administración de la Res pública, mientras que las mujeres eran relegadas al oikos, el hogar. Por su parte, el medioevo chino fue dominado por las ideas filosóficas extraídas del taoísmo y el confusionismo, sistemas teóricos que señalaban el “sito adecuado” de cada persona dentro de la estructura social: los hijos vivían sometidos al padre, la esposa al marido y los vasallos al emperador, soberano de “todo lo que hay bajo el cielo”.
En este contexto se desarrolló la vida de Zetien Shunsheng (Sabia seguidora del paraíso), la única mujer en toda la Historia China que llegó a ostentar personalmente el poder imperial, tras desafiar todas las convenciones sociales de la época y escalar ─gracias a sus habilidades para la adulación, las intrigas palaciegas y el asesinato─ dentro de la jerarquía cortesana. Jonathan Clements, investigador especialista en Historia china, narra el ascenso al poder de Wu Zhao, una de las decenas de concubinas del segundo emperador de la dinastía Tang, cuyas aptitudes políticas y militares le llevaron a ganarse el respaldo del pueblo y a desatar la ira de la nobleza.
Considerada, durante sus años de mayor dominio, como Maitreya ─encarnación de Buda─, tras su muerte, Wu fue calificada por sus detractores como “hembra caprichosa y vanidosa”, asesina de decenas de adversarios y homicida de su propia familia. A catorce siglos de distancia, la imagen de Wu se difumina por los escándalos que rodearon su tumba, mitos que tal vez sólo escondan tras de sí, el mayor de sus crímenes: ser mujer.

Bibliografía:
Clements, Jonathan. Wu. La emperatriz china que intrigó, sedujo y asesinó para convertirse en un dios viviente. Barcelona. Crítica, 2007. 314 pp.

La Universidad en la aldea global

Los Estados iberoamericanos se enfrentan a una paradoja generadora de anomalías económicas y culturales: aún no logran superar el proceso de conversión al capitalismo moderno y ya no les es permitido postergar su integración a lo sociedad global.
Choque de civilizaciones (según el criticado término de Huntington), paz armada, abismos distributivos, corrupción, demagogia, narcotráfico, terrorismo e inseguridad son los temas que dan forma a las notas de ocho columnas en los diarios de todo el mundo. Los americanos de la periferia, es decir los que vivimos del río Bravo hasta la Patagonia, debemos resolver, además, el atraso ocasionado por el atrincheramiento en ideologías arcaicas que, lejos de contribuir a la resolución de los problemas, nos hunden en abismos retóricos, inútiles a la población, pero beneficiosos a los políticos sin escrúpulos.
¿Cuál es la fórmula para resolver los conflictos de la zona?, pregunta el exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, a sus entrevistados: escritores, políticos y académicos, todos participantes del Foro Iberoamericano celebrado en México en el 2006. La respuesta es unánime: Hay que aprender, impulsar la cultura, invertir en el conocimiento… hay, en pocas palabras, que educar.
En este contexto, señalan los entrevistados por de la Fuente, la única solución vendrá a partir de que los ciudadanos crezcan en el convencimiento de que la democracia no resolverá per se las inequidades existentes en esta parte del mundo, si no que devendrá a partir de la posición crítica y responsable de todos los actores sociales. En este marco, las escuelas de todos los niveles, pero sobre todo las Universidades, deben abandonar sus actitudes conservadoras ─disfrazadas de radicalismos de izquierda─ y entender que sólo el análisis, el trabajo y la aplicación práctica del conocimiento, podrá permitir una mejor distribución de la riqueza y, el consecuente, mejoramiento del nivel de vida de los iberoamericanos.

Bibliografía: De la Fuente, Juan Ramón. Voces de Iberoamérica. Conversaciones con Juan Ramón de la Fuente. México, Taurus, 2007, 120 pp.

Sueños de un utopista

Creyente y apóstol de mundos quiméricos, licenciado en cánones ─posiblemente por la Universidad de Salamanca─, oidor de la Segunda Audiencia y, hasta su muerte en 1565, obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga figura en la Historia como un temprano impulsor de las libertades y la igualdad humana. Partidario de la Utopía forjada por Moro, Quiroga es el padre de un modelo político pacifista que contribuyó, más que las continúas guerras y la esclavitud, a la conquista espiritual de América y al mestizaje de la Nueva España.
Francisco Miranda, Doctor en Historia por la Universidad Gregoriana de Roma, presenta Vasco de Quiroga. Varón universal, breve radiografía de la obra y vida del fundador de Pátzcuaro y creador de los Hospitales de Santa Fe y el Colegio de San Nicolás.
Admirador del impulsor de una sociedad pluricultural y plurilingüística, Miranda se apoya en textos eclesiásticos del siglo XVI, diarios de conquista, biografías escritas por colaboradores cercanos al obispo y correspondencia personal, para esbozar de manera sencilla las labores y contrariedades a las que se sometió el hombre que se enfrentó al virrey Mendoza, desafió el poder de franciscanos y agustinos y obstaculizó los intereses de los encomenderos, en pos de la construcción de un universo ideal, donde los indígenas dejaran de ser esclavos y adquirieran el status de seres humanos.

Bibliografía:
Miranda, Francisco. Vasco de Quiroga. Varón universal. México, Jus, 2007, 168 pp.

Agustín Goenaga: un mundo establecido en el reino de los muertos

Una vez que la historia ha sido creada, ésta camina sola, se aleja de su autor, evoluciona bajo sus propias reglas y establece la dirección de su pequeño universo. Es este el momento en que, según escribió Víctor Hugo en su Promontorium Somnni, la pequeña reina Mab de Shakespeare cobra vida y decide abofetear a todos aquellos que en su pretendida “superioridad orgánica”, se atreven a espetarle en el rostro la idea de su inexistencia.
Los personajes, al principio símbolo o idea de un tipo humano, se visten de músculos, carne, nervios, y se convierten en individuos con “un corazón para amar, entrañas para sufrir, ojos para llorar y dientes para devorar o reír, una concepción psíquica que tiene el relieve del hecho y que, cuando sangra, sangra verdadera sangre…” (Victor Hugo. Manifiesto romántico).
Así son Alia o Cora, los pescadores, el tabernero, el soldado sin nombre o el toro que se enfrenta en una reyerta de carnaval a un lobo: habitantes umbríos de un mundo tenebroso materializado en La frase negra, metáfora del pensamiento de Agustín Goenaga, un escritor que, según declara él mismo en entrevista, lleva la oscuridad dentro sí.
Un autor, reflexiona el novelista, “es el insatisfecho, el quejumbroso que se siente incómodo en el mundo y se da a la tarea de hacer uno distinto, posiblemente dañado y frágil, pero que al menos es el suyo”. La frase negra, menciona al respecto Goenaga, es el pequeño universo resultante del intento de lo invisible por expresarse a través de algo tangible, “es una experiencia que se trata de describir, con cierta desesperación, por medio de las palabras, pero que, dada su naturaleza abstracta, es demasiado inasible para ser enunciada.”
La novela, editada por Era y el Consejo Nacional para la Cultura y la Artes (Conaculta), nació de la idea de reproducir en una historia, una sensación que, tal vez, se pueda explicar con la siguiente cita extraída de La frase negra: “la vida se mira de frente, la muerte en cambio es una estrella que sólo brilla cuando se mira de soslayo.”
A partir de ahí, explica Goenaga, fue que la historia cobró forma y los personajes adquirieron nombres e identidades. “Una de las primeras imágenes que tengo de la idea original del libro es la de un sujeto tendido en un arroyo de poca profundidad, donde el agua apenas le cubre el cuerpo. Desde ahí abre los ojos y observa una luna gigantesca que no puede distinguir con claridad. Alcanza a ver las formas, pero las figuras y los colores están difuminados a causa del agua. El hombre abre la boca para decir algo, le entra el agua a los pulmones y comienza a toser, por ello se ve obligado a sacar la cara del arroyo, es éste el momento en que descubre las formas con toda claridad y es aquí, también, donde surge el dilema que desata la trama del libro: una vez vista la realidad, ¿cómo volver a taparse los ojos?, ¿se quedará afuera y morirá de asfixia o volverá a vivir en ese mundo subacuático donde la belleza está diluida?”
Admirador de escritores tan disímiles como Shakespeare, Dostoievski, Faulkner y Rulfo, Goenaga confiesa que al redactar la Frase negra intentó crear uno de esos universos fantásticos nacidos en papel y tinta, que pronto influyen por su fuerza al mundo real. “Se trataba de mantener esa sensación de incertidumbre, estamos en un paréntesis, en una herida del tiempo, donde es más fácil encontrar la desnudez de las cosas.”
Plagada de elementos mitológicos griegos, el escritor explica, que la novela está contextualizada en un puerto, espejismo del “reino de los muertos”, apto para convertirse en un espacio de revelación: “aquí las metáforas se reflejan mutuamente” y muestran de una forma física lo sucedido en la psique de los pobladores de ese pequeño mundo inundado por la bruma marina.
Para el joven escritor de 23 años, nacido en el Distrito Federal y radicado en Guadalajara, el apoyo recibido por Era, en colaboración con Conaculta, y la publicación de la Frase negra son una muestra de que en México, la literatura aún puede abrirse caminos por sí misma, sin necesidad del apoyo que le puedan brindar las relaciones sociales, o el impulso de consideraciones comerciales.
“Yo envié el manuscrito a la editorial hace ya tiempo y dos años después, cuando vivía en Finlandia, recibí un correo donde me preguntaban por la disponibilidad de los derechos. Eso me hizo pensar en que todavía existen libros que se sostienen solos”, reflexiona el autor.
Por ahora, el también licenciado en Relaciones Internacionales se ocupa de dar forma a su nueva novela, obra que estará situada en Helsinki y donde tratará de capturar el ambiente y las concepciones de los habitantes de esa latitud, a la que él mismo perteneció hace algún tiempo.

El mundo según Magris

Trieste, lugar atemporal donde “todo coexiste y es contiguo”, según la definición de la ciudad natal hecha por el novelista Claudio Magris, es el paisaje detrás, frente y dentro del cual, el creador de Microcosmos, escribió por tres décadas una serie de ensayos (originalmente publicados en Il Corriere Della Sera) que extraen la esencia de obras de difusión mundial creadas bajo el influjo de diferentes épocas y corrientes artísticas.
El tallo entre las piedras, compilado y traducido por María Teresa Meneses, presenta una colección ensayística donde Magris aborda tópicos de trascendencia universal, empleando como pretexto el análisis de filmes, fotografías, exposiciones museográficas y libros que van desde las líneas inundadas de razón, disfrazada de locura, de Erasmo de Rotterdam, hasta la obra periodística y la critica al totalitarismo de Ryszard Kapuscinsky, sin dejar de lado la prosa romanticista de Novalis y Bettina Brentano o las concepciones políticas y utópicas de Tomás Moro.
Profundo observador de su entorno inmediato y de aquel trazado en las páginas de los libros, el escritor de Danubio teoriza acerca de los miedos y derrotas personales, tan frecuentemente aludidos en los trabajos de Conrad, pero también sobre la tendencia de unos cuantos a anteponer la conciencia de la justicia sobre la integridad personal, todo ello mediante el rescate de textos que, desafiando todo clasicismo, han roto con los paradigmas temáticos y estilísticos de sus tiempos y se han abierto paso, cual tallo en las piedras, entre los conservadurismos imperantes y las letras estériles, para denunciar males mundanos y etéreos y mostrar el espíritu de lo auténticamente humano.

Bibliografía:
Magris, Claudio. El tallo entre las piedras. México, Ediciones Cal y Arena, 2007, 392 pp.

Depredación artística

Las revisiones históricas acerca de la Segunda Guerra Mundial generalmente pasan por alto el trabajo realizado por los “hombres de Monumentos”, funcionarios de bajo rango militar que, lejos de los frentes de batalla, protagonizaron luchas diferentes contra la codicia, la purga del arte “degenerado” y la ignorancia de los funcionarios del Tercer Reich y los ejércitos aliados y del Eje, quienes encabezaron la destrucción masiva y el saqueo de, hasta ahora, una incalculable cantidad de objetos artísticos europeos, patrimonio de la cultura occidental.
Ensayo histórico nutrido de técnicas narrativas propias de la novela, El saqueo de Europa escrito por la historiadora en arte y colaboradora de la National Art Gallery, Lynn H. Nicholas, presenta al lector un relato documentado acerca de las dificultades enfrentadas por cientos de conservadores de museos, coleccionistas y arquitectos, estudiosos del arte que asumieron la responsabilidad de salvar, de los distintos grupos beligerantes, tesoros que van desde el Oro Troyano hasta las pinturas de Picasso o Gauguin.
En su libro, Nicholas hace un recuento de las acciones, en materia artística, de hombres como Hitler o Hermann Goering, cuya depredación en las principales capitales europeas pudo haber causado la irreparable pérdida de miles de obras artísticas que, gracias a un puñado de personas, lograron salvarse sólo para más tarde convertirse en peones de la diplomacia de posguerra y el enfrentamiento a ambos lados del Telón de acero.


Bibliografía:
Nicholas, Lynn H. El saqueo de Europa. Barcelona, Ariel, 2007. 602 pp

Criticón criticado

Observador, cronista y crítico mordaz de la dinámica social mexicana, Carlos Monsiváis, llamado irónica y comúnmente “el arroz de todos los moles”, ha generado en torno a sí mismo, una serie de mitos relacionados con su vida y producción literaria. Sus opiniones, estilo y el empleo de un género híbrido, intermedio entre la crónica y el ensayo, propiciaron el surgimiento de una serie de estudios interdisciplinarios, simulacros de análisis de su compleja y heterodoxa creación que más allá de ofrecer a los lectores una visión crítica de una labor iniciada hace casi 60 años, la encumbran y celebran.
Los compiladores, Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado, reunieron, en una coedición de la UNAM y Ediciones Era, una colección de ensayos de autores que, en los últimos 20 años, se han abocado al estudio de distintos aspectos de la obra del autor, análisis que van desde el examen de sus recursos estilísticos, hasta el desentrañamiento de las influencias literarias y políticas de quien es considerado el heredero de Salvador Novo.
El arte de la ironía. Carlos Monsiváis ante la crítica, podría ser una invitación a leer el trabajo del cronista de la cultura mexicana; sin embargo, el tratamiento de los temas abordados, el uso de tecnicismos y la repetición argumentativa de los distintos ensayistas, hacen de la compilación un libro tedioso y de difícil lectura que, al contrario de ofrecer una crítica sobre la creación de Monsiváis, elabora una apología a su obra y personalidad.



Bibliografía:
Moraña, Mabel e Ignacio M. Sánchez Prado, Comp..El arte de la ironía. Carlos Monsiváis ante la crítica. México, Universidad Nacional Autónoma de México y Ediciones Era, 2007.

Pensamientos de terrorista

El recrudecimiento de los atentados terroristas y la respuesta gubernamental a ellos han propiciado, en las últimas décadas, el surgimiento de una serie de análisis académicos, políticos y periodísticos orientados a desentrañar las “causas últimas del fenómeno” y a crear homogeneizaciones que permitan comprender y prevenir el surgimiento de nuevas organizaciones paramilitares. Los psicólogos no han logrado sustraerse a la tendencia y han heredado al ámbito académico, trabajos de cuestionable rigurosidad científica abocados a concluir la “anormalidad” psicológica de los terroristas.
Esta postura es cuestionada por John Horgan, catedrático del Departamento de Psicología Aplicada del University College of Cork, en Psicología del terrorismo, obra que, al contrario de lo que pudiese indicar su nombre, no es un manual útil a aquellos lectores interesados en descubrir la mentalidad de los atacantes de Al-Qaeda, el IRA o las FARC; por el contrario, es una exhaustiva crítica a los autores que se han enfocado a la descripción de las “psicopatologías” de los integrantes de este tipo de asociaciones.
Al tiempo de denostar las deficiencias metodológicas de dichos trabajos, Horgan propone un nuevo enfoque de estudio para el fenómeno, la criminología, disciplina desde la cual se propone estudiar los procesos que llevan a un individuo a adherirse a un grupo terrorista, a participar en sus actividades y, finalmente, a tomar la decisión de separarse de él.
El catedrático lanza a los investigadores el reto de trascender la tentación de elaborar análisis totalizadores y a enfocarse en la creación de instrumentos útiles a la comprensión de las razones que llevan a un individuo a emplear la violencia, para defender su posición ideológica o su religión.


Bibliografía:
Horgan, John. Psicología del terrorismo. Cómo y por qué alguien se convierte en terrorista. Barcelona, Gedisa, 2006, 272 pp.

Al otro lado de la cerca

De forma inusual, el editor de El niño con el pijama de rayas, decidió usar la contraportada del libro ─normalmente empleada para explicar a los lectores el contenido de una obra─, sólo para hacer una invitación a la lectura, esto por una razón que en este espacio hemos decidido respetar: cualquier alusión al tema tratado arruinaría el efecto de la historia, hacerlo sería tan inadecuado como contar el final de la saga de la Guerra de las Galaxias a quienes aún no han visto los filmes.
Como sea, podemos asegurar que la novela del escritor irlandés John Boyne ─base de un futuro largometraje de Miramax/ Disney dirigido por Mark Herman─, pronto se convertirá en lectura de moda por su narrativa simple, accesible a cualquier tipo de público, y por la inocencia del protagonista, un pequeño que a sus nueve años es capaz de trascender los prejuicios inherentes al mundo donde está creciendo, para entender un hecho con frecuencia olvidado: un niño sigue siendo un niño a pesar de vestir con un pijama de rayas.
Texto repleto de imágenes que arrastran al lector de la hilaridad al temor, El niño con el pijama de rayas, puede ser descrito, simplemente, como el relato de las aventuras y los pensamientos de Bruno, el chiquillo que, a pesar de vivir feliz en su antigua casa, desde donde “poniéndose de puntillas y agarrándose de la ventana” podía ver toda su ciudad, se mudó al lado de una de esas cercas que, por nuestro bien, nunca más deben existir.

Bibliografía:
Boyne, John. El niño con el pijama de rayas. Sexta edición, Barcelona, Ed. Salamandra, 224 pp.

Cambio de vagón

Tras décadas de conflictos civiles protagonizados por los miembros más destacados de las logias masónicas, Porfirio Díaz (uno de los villanos favoritos de nuestra Historia) sentó las bases de un sistema social pacífico basado, sí, en la represión, pero también en una visión administrativa que lo llevó a iniciar el proceso de modernización de México, entendido como la introducción de mejoras tecnológicas en todos los campos productivos.
Rodeado de colaboradores identificados con el positivismo comtiano, Díaz y su ministro de Hacienda, Yves Limantur, pusieron en marcha la industrialización del país, atrayendo inversión nacional y extranjera, pero también, construyendo vías de comunicación que ayudaran a conectar los principales puertos del país, con la Ciudad de México, principal foco económico en una nación centralizada.
Antes que Díaz, personajes como Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada habían entendido la necesidad de mejorar los caminos del país, por ello intentaron, en repetidas ocasiones, la construcción del ferrocarril en el centro y sureste del país; sin embargo, sus intentos se vieron frenados por las invasiones extranjeras, las continuas pugnas internas y la falta de dinero, agudizada por la deuda externa.
Manuel Payno, funcionario federal durante los gobiernos reformistas y precursor del naturalismo hispanoamericano, defendió el proyecto de la construcción del camino de hierro en una serie de artículos aparecidos en periódicos como El siglo XIX de Zarco, espacio donde se ocupó de presentar consideraciones técnicas, económicas y sociales, orientadas a mostrar la conveniencia de instaurar una línea de ferrocarril que uniera a la capital con la ciudad de Puebla y el puerto de Veracruz.
Con el tiempo, las publicaciones, aparecidas con el título genérico “el camino de fierro imperial”, fueron desapareciendo de las bibliotecas y de la memoria popular, es por ello que el año pasado, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, se dio a la tarea de recopilar la obra del también autor de Los bandidos de Río Frío, para ofrecer a los lectores una pequeña muestra del debate político que hace dos siglos se libraba en el país, con el fin de trascender la miseria y sumisión a la que estaba acostumbrado el pueblo, tras trescientos años de dominación colonial y otros tantos de invasiones y hemorragias internas.

Bibliografía:
Payno, Manuel. Memoria sobre el ferrocarril de México a Veracruz. Obras completas. Volumen XX. México. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 2007. 272 pp.

Libertad americana

La vida, escribió en Hojas de hierba Whalt Whitman, no sólo se configura a partir de grandes sucesos; por el contrario, las cosas simples, como la convivencia familiar, la admiración arquitectónica o la observación de las aves (símbolos de libertad), son las fuentes de las que se nutre la personalidad de cualquier ser humano. Así lo pensaba, también, Mary Mc Carthy ─escritora nacida en Seattle (1912) y muerta en Nueva York (1989) ─, quien en Pájaros de América da cuenta de la vida y preocupaciones de Peter Leví, un joven judío italo-américano, atrapado en los cambios sociales e ideológicos ocasionados por la guerra de Vietnam.
Considerada como una de las mejores novelas de la escritora estadounidense, Pájaros de América es el resultado de una doble construcción: la primera narrativa, donde se describe la existencia de un adolescente preocupado por la tecnificación de la sociedad donde creció y el amor casi edipico que le profesa a su madre, Rosamund. La segunda, es ideológica y se desarrolla a partir de las creencias y la forma de actuar de Peter, un kantiano declarado y educado bajo el principio de tomar “a las personas como un fin en sí mismas”, pero atado, por su timidez, a unirse a la lucha por los Derechos Civiles, tan en boga entre sus contemporáneos.
Tomado de la mano de Mc Carthy, el protagonista crece y al entrar en contacto con los adultos se da cuenta de que el “imperativo categórico” bajo el cual ha tratado de regir su vida, no es funcional en un mundo donde la realidad hace extenderse la certeza sobre la muerte de Dios y donde lo único que queda al final es la satisfacción de la libertad individual.


Bibliografía:
Mc Carthy, Mary. Pájaros de América. Barcelona, Tusquets, 2007, 380 pp.

Los pasos de Octavio en España

Vástago del mestizaje político y literario entre México y España, Octavio Paz, el poeta y ensayista responsable de una de las más atemporales y penetrantes radiografías de lo “mexicano”, cumplirá, en abril del año próximo, una década de desaparición física; sin embargo, su obra sigue siendo fuente obligada para la autocrítica y el examen de las distintas ideologías que durante 200 años de independencia han conformado nuestro “nacionalismo”.
Al igual que muchas otras plumas contemporáneas, el pensamiento y la obra del Premio Nobel de Literatura fueron configurados por la avalancha de “ismos” que dividieron al mundo en la primera mitad del siglo XX; pero a diferencia de la mayoría de ellas, Paz se reveló contra cualquier clase de totalitarismo ─aunque llevara el nombre de comunismo─, a favor de la libertad de pensar y crear un arte independiente a las marejadas políticas de la época.
Octavio Paz en España, 1937 es una recopilación del Fondo de Cultura Económica que muestra la evolución intelectual del también ganador del Premio Cervantes, así como la formación política y humanística que éste recibió en España durante la Guerra Civil, experiencia juvenil que determinó los senderos de su quehacer literario y forjó su carácter y presencia. La selección, realizada por Danubio Torres Fierro, comprende una serie de ensayos, entrevistas y poemas que giran alrededor de la lucha peninsular contra el franquismo y sirven al lector de referentes para acercarse a la obra completa del hombre que a sus 23 años intentó enrolarse al ejército y descubrió ser más útil con una máquina de escribir que con un fúsil.

Bibliografía:
Torres Fierro, Danubio (Selec.). Octavio Paz en España, 1937. México, Fondo de Cultura Económica, 2007, 170 pp.

El amor en tiempos de Peste

De nada sirvieron las sangrías efectuadas por los médicos de Oxford, tampoco los cataplasmas de excremento de cabra extendidos sobre los bubones, mucho menos las oraciones pegadas al cuerpo de los enfermos y el emplazamiento del hospital a un lado de la catedral: un comerciante de paño, modelo incipiente del futuro industrial de Inglaterra, es el primer siervo del rey Eduardo, en Kignsbridge, que contrae la Muerte Negra, la gran peste que asoló a la Europa del siglo XIV; después de él, miles de personas murieron ante la mirada desesperanzada de quienes, aterrados, aguardaban su turno para unirse a las filas de cadáveres acumulados en las calles.
Con la epidemia y la invasión de Inglaterra a Francia como fondo, el escritor galés Ken Follet da cuenta de las oscuras maquinaciones de los habitantes del priorato de Kignsbridge, católicos supersticiosos, adheridos al rey, al obispo y a Roma que tras su aparente religiosidad y moral, esconden ambición, odio, lujuria y deseos de venganza heredados.
En Un mundo sin fin, continuación de Los pilares de la Tierra (1989), Follet toma como pretexto los conflictos políticos entre Estado e Iglesia y los inherentes a la vieja aristocracia y el naciente mundo capitalista, para presentar una historia de amor con final feliz que se entrelaza ─mediante una narración tradicional afectada, en varios pasajes, por el empleo recurrente de lugares comunes─ con una serie de acontecimientos históricos que determinaron el escenario geopolítico medieval y renacentista.


Bibliografía:
Follet, Ken. Un mundo sin fin. México, Plaza y Janés, 2007,1184 pp.

El otro lado de Jeckill

¿A qué vienen los lloros y los amargos devaneos? Demasiado complejo es el mundo, para permitirnos deshacer las horas en infaustas premoniciones y en quejas propias de plañideras. La vida, escribió Robert Louis Stevenson, es “tan sólo un momento en la existencia del silencio eterno”, por ello, lo más sensato es recorrerla con alegría, acompañados del bullicio de los niños, los claroscuros de un paisaje, un libro y, por supuesto, ces triplex circa pectus (“Tres láminas de bronce alrededor del corazón”, como lo exigía el latino Horacio), para no olvidar que, muchas veces, es necesario un poco de locura que dé tregua a la razón.
Demonios polinesios, tesoros escondidos en una isla de los mares del sur, una sombrilla para soportar el clima de Londres y un buen nombre que, más allá de nuestros meritos, nos lleve a remontar la escala social, son todos elementos que, según el autor del Extraño caso del doctor Jeckill y mister Hyde, nos pueden recordar, con una sonrisa, lo verdaderamente trascendente en la Tierra.
Con un dejo de sarcasmo y un guiño de complicidad al lector, en Memoria para el olvido, una serie de ensayos editados por Alberto Manguel, Stevenson habla acerca de los pequeños milagros de lo cotidiano, las quiméricas formas de los sueños humanos, los buenos libros, los excelentes escritores y las técnicas estilísticas que han de adoptar los novatos en las letras, si no desean convertirse en un “plumilla patizambo de muñeca floja”, incapaz de acercarse, aunque sea someramente ─pues ni aun Shakespeare pudo lograrlo─ a la verdad inacabable, monstruosa e ilógica que es la vida.

Bibliografía: Stevenson, Robert Louis. Memoria para el olvido. Fondo de Cultura Económica y Ediciones Siruela, México, 2008, 350 pp.

Yo tengo tentación de un beso…

No cabe duda: “una como sea, pero los niños…”, y es que la educación ya no es como en mis tiempos, cuando el solo hecho de encender la televisión implicaba acercarse a modelos de educación moral y sentimental tan arrebatadores, que ya hubiesen querido comprender Sócrates o Platón para poder explicarlos a sus aristócratas discípulos. ¿A qué me refiero? recordemos: entender la filosofía de los griegos, nos costó a muchos, perder valiosas horas de nuestros años mozos; sin embargo, nadie podía tardar demasiado (a menos que en lugar de ver la película, estuviera ocupado en otras cuestiones didácticas con su compañero de sofá) en asegurar e incluso jurar ─claro, por la virgencita de Guadalupe─ que Pepe “el Toro” era inocente.
Al conocido ritmo de “Amorcito corazón”, “la chorreada” y su carpintero nos mostraron el concepto del amor eterno; por su parte, Sarita García, doña Libertad y, por supuesto, Marga López nos enseñaron que madre sólo hay una ─por fortuna, pues ¿quién aguantaría más?─. De esta forma, nosotros crecimos rodeados de virtuosos ejemplos acerca de la forma correcta de vivir, llorar, enamorarse, sufrir decepciones y morir, actividades, todas, enmarcadas por música de trío o mariachi proveniente de no se sabe donde, pero cuyo volumen aumenta en los momentos más álgidos de la existencia.
Por desgracia, con el tiempo todo se transforma y ahora es más difícil encontrar ejemplos de amor incondicional y desinteresado; a cambio de eso, vemos a nuestros jóvenes enredarse en cruentas relaciones, cuyo principal objetivo es la satisfacción de los deseos carnales ─Dios nos preserve de cometer semejantes bajezas… y de que alguien se entere─. Sin embargo, siempre es posible encontrar ejemplos aislados de personas que al sonido de “La gloria eres tú”, emprenden ardorosas batallas contra la sociedad y el destino, para defender el Amor (así con mayúscula), tal es el caso de Alex y Axel, dos novios gay que abandonan todo, para refugiarse en el idilio ofrecido por un hotel de paso.
Melodrama, novela del escritor guerrerense, Luis Zapata, satiriza, al tiempo que disfruta, las características verbales y sentimentales de las películas y novelas rosas, travistiendo los roles tradicionales de la filmografía de la época de oro y valiéndose de la explotación y burla de las costumbres y valores tradicionales de la “buena” sociedad mexicana.

Bibliografía:
Zapata, Luis. Meldrama. México. Quimera. 2008. 104 pp.

Escapar del laberinto

“Yo soy” dice Dios y, con ello, escapa a la relatividad, al incomprensible éter de la existencia. Sólo Él ─desde la óptica monoteísta judeo-cristiana─ no ha sido ni será otro, Él es en presente, aunque el verbo sea sometido a conjugación en todos los tiempos. Los demás, los nunca completos, debemos aprender que somos perfectibles: a cada instante morimos para convertirnos en otros; la persona que nace, aunque lleve un sólo nombre, nunca será la misma que baje a la tierra.
Este continuo desplazamiento del yo dentro del cuerpo, nos enseña que no es suficiente la desaparición y surgimiento de mis otros yo, sino que la razón de mi esencia y el concepto que de ella tenga, está condicionada por la derrota de la soledad, es decir, por la comunión que establezca con un tú, un ser humano que, al nombrarme y pensarme, determine mi espacio y vocación en el mundo y, al sentirme, rompa la vacuidad de la inexistencia, esto es, según Octavio Paz, el amor.
A diez años de la muerte del Premio Nóbel de Literatura, aún resulta difícil comprender el significado oculto tras sus versos y prosa; por ello, resultan interesantes las explicaciones que buscan trascender lo evidente y encontrar interpretaciones alternas a los tópicos planteados en sus obras: el ser, la soledad, la alteridad y el amor.
Rafael Jiménez Cataño, profesor de la Universidad de la Santa Cruz (Roma), ofrece en Lo desconocido es entrañable. Arte y vida en Octavio Paz, una visón alterna ─mediada por el convencimiento de que la poesía es manifestación pura del lenguaje─, sobre las creaciones del autor del Laberinto de la soledad, donde la comprensión del ser, se convierte en el eje de un análisis que hace de Paz, un poeta, cuya obra se centra en la convicción de que el amor, condensación espiritual de otredades, es la única manera posible de comprender la existencia propia y romper las ataduras de la soledad.

Bibliografía:
Jiménez Cataño, Rafael. Lo desconocido es entrañable. Arte y vida en Octavio Paz. México, Ed. Jus, 2008, 224 pp.

Chismes de salón

Jeanette Muñoz

Entre los habitantes de la Europa medieval circulaba una leyenda, siglos más tarde retomada por Goethe en su Fausto, que contaba la obsesión de un estudioso por poseer el conocimiento total del universo. En su monomanía, el hombre decidió ceder su alma a Mefistófeles, el diablo, a cambio del dominio sobre las ciencias humanas y divinas.
En los albores del enciclopedismo, el conocimiento dejó de ser un fin en sí mismo y se convirtió en un medio para obtener riqueza, poder y el reconocimiento de las elites intelectuales de las diversas naciones, así como de la aristocracia y la naciente burguesía ávida de novedades útiles para la diversión en los salones.
La vanidad intelectual, alimentada por la continua adulación de un público europeo profano, propició el surgimiento de hombres de ciencias y letras corrompidos por toda clase de excentricidades que, muchas de las veces, opacaban sus descubrimientos y aportaciones al saber humano. La filósofa y escritora francesa, Élisabeth Badinter, ofrece en Las pasiones intelectuales una revisión del carácter y las debilidades que forjaron la vida y el mito de figuras de la filosofía, la política y la ciencia del siglo XVIII en Francia.
Basada en obras de la época, diarios íntimos y correspondencia entre los intelectuales y damas de la aristocracia francesa, Badinter revela a los lectores la dimensión humana de personajes como el escritor Voltaire, el astrónomo Maupertius y el matemático D’Alembert, entre muchos otros, cuyas pasiones los convirtieron, durante décadas, en tema de las conversaciones de sobremesa y en blanco del cotilleo en los salones parisienses.


Badinter, Élisabeth.Las pasiones intelectuales.1. Deseos de gloria (1735-1751).Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, 512 pp.

Oscuridad en el carnaval

La frase negra, novela oscura desde el título hasta la contraportada, es la opera prima de Agustín Goenaga, joven escritor que ofrece al lector una historia contextualizable en cualquier parte del mundo, surcada de personajes atormentados por tópicos de trascendencia universal, como el amor, la transición entre la vida y la muerte, y la obsesión generada por las concepciones de la existencia y el ser.
Una noche de carnaval es el punto de confluencia de varias personas de vidas disímiles que tienen en común el destino de la muerte en sus diferentes formas: el desamor, el olvido, la despedida y la desaparición física, metafóricamente atribuida al mar, elemento que según Herman Melville, en voz del abrumado Ismael, posee el doble y antitético poder de curar el alma o enloquecer a los hombres lastrados con el dolor.
Mediante una narrativa alimentada de metáforas y saltos en el tiempo, Agustín Goenaga crea un universo donde la oscuridad del ambiente se confunde con las sombras surgidas del estado anímico de un muchacho enamorado de la esposa de su hermano, la angustia de un pescador perseguido por el recuerdo eterno de una mano invisible, y los presagios de una pareja atada, por sus dudas y temores, al Jonás bíblico y a un leviatán que los sustrae de la realidad y los encierra en un mundo que se convierte en su vida e infierno.
En el futuro será necesario seguir la pista a esta joven pluma, nacida en el Distrito Federal y radicada en Guadalajara, para observar su evolución estilística, pero sobre todo para que nos adentre en nuevos universos habitados por seres que bien pueden ser los vecinos de cualquier y ninguna parte.

Bibliografía:
Goenaga, Agustín. La frase negra. México, Ediciones Era/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2007, 232pp.

¡Ay, mis hijos….! ¿Dónde están mis hijos?

¿Quién de nosotros se resignaría a enclaustrarse un viernes o sábado por la noche sólo para arrodillarse y musitar un Padre Nuestro detrás de la puerta, bien atrancada, tras oír el toque de las doce en el reloj de la catedral? el que haya levantado la mano, bien puede pedir audiencia con monseñor para confesar el haber mentido, primero porque el ruido del constante tráfico nos impide escuchar el toque de medianoche y, segundo, porque ahora el alma en pena de alguna beata vestida de negro o la quejumbrosa ánima de la Llorona ─cuyas presencias mantenían a los pobladores de la otrora Nueva España con el “Jesús en la boca”─ no son capaces de impedir que vayamos a alguna de las casas de mala nota de esta “muy noble y leal ciudad”.
El cronista, literato, Artemio de Valle-Arizpe logra, mediante su prosa pletórica de barroquismo, transportarnos a los rincones oscuros del México virreinal, para darnos a conocer los temores y concepciones de una sociedad profundamente católica, atrapada entre la veneración a la virgen y a los santos y la conciencia de los pecados cometidos, faltas que no eran purgadas con la muerte, sino que eran arrastradas hacia la otra vida y condenaban a sus dueños a deambular por las callejas llevando consigo el llanto y la muerte.
Historias de vivos y muertos. Leyendas, tradiciones y sucedidos del México virreinal. Apareció por primera vez en Madrid en 1936 y fue reeditado en nuestro país en 1947 y posteriormente en 1981. El año pasado, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes realizó una nueva edición donde se incluyen 31 narraciones sobre aparecidos y sucesos milagrosos presentados bajo la particular óptica del escritor saltillense, quien con su obra logró apartarse de la Historia que de ordinario encontramos en los libros, para mostrarnos las pasiones, dolores y creencias de los capitalinos de otros tiempos.


Bibliografía:
Valle- Arizpe de, Artemio. Historias de vivos y muertos. México, Ábside, 2007, 200 pp.

Mao o menos

El 2 de septiembre de 1976, los miembros del Politburó del Partido Comunista Chino desfilaron uno a uno frente al cadáver de Mao Zedong, hombre de política, estratega militar, filósofo, poeta e indiscutible líder ─durante casi tres tercios del siglo XX─ de la cuarta parte de la humanidad. La muerte del camarada Mao abrió para el pueblo chino, la posibilidad de instaurar un sistema gubernamental y económico, sino del todo liberal, sí libre de las ataduras medievales impuestas por las diferentes dinastías que se turnaron en el trono del país asiático y por el Partido Nacionalista Chino, el Guomindang.
A poco más de tres décadas de su desaparición física, aún sigue siendo difícil comprender el pensamiento y las acciones de un hombre que forjó en torno a sí mismo un culto popular que degeneró en la idolatría de un pueblo sometido por el terror, la hambruna y la guerra civil. Philip Short, corresponsal de medios como la BBC y la Associated Press, intenta, con Mao, desmitificar la figura del marxista-leninista que, en plena Guerra Fría, se atrevió a desafiar militarmente a Estados Unidos e ideológicamente al Comintern de Stanlin.
En un millar de páginas, Short resume los 80 años de vida de quien, en Shoashan, nació siendo hijo de una familia campesina y quien, con el tiempo, se convirtió en uno de los personajes políticos más emblemáticos del siglo pasado, precursor de la Revolución Cultural China y responsable, por lo menos, de la muerte de cuatro millones de personas.

Bibliografía:
Short, Philip. Mao. Barcelona, Biblioteca de bolsillo, Crítica, 2007. 1047 pp.

Súplicas al viejo mundo

Si contentase a Dios perdonar los yerros de aquellos hombres de la vieja patria, la España lejana que, por gracia de su majestad y el descubrimiento de Indias, era acosada por la mucha necesidad y hambre de cristianos viejos e infieles, los hubiera mandado a las nuevas tierras donde hallaran el contento de la holgura y no sufriesen por el dolor de la ausencia de esposas, padres e hijos que quedaban allá en el terruño, ajenos a la suerte de soldados, artesanos y religiosos que mudaron el calor del hogar por chácaras de coca, maizales e indios en encomienda.
En un fondo documental privado de Sevilla fueron encontradas, en 1988, 650 cartas íntimas que ilustran los proyectos y visiones que los emigrantes españoles de tercera y cuarta generación tenían acerca de su futuro en América; las epístolas reunidas por Enrique Otte en Las cartas privadas de emigrantes a Indias, a diferencia de otras colecciones hechas por Justo Zaragoza, Francisco del Paso y Raúl Porras Barrenechea, permiten conocer los rasgos de carácter, pasiones y debilidades de españoles humildes que decidieron cruzar el Atlántico para trascender la miseria que sus abuelos y padres les habían dejado por hacienda.
Estos documentos, escritos entre 1540 y 1616, son analizados ─podría decirse que también prologados─ por el doctor honoris causa José Luis Martínez en El mundo privado de los emigrantes en Indias, libro donde el fundador de la cátedra Alfonso Reyes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, se da a la tarea de explorar y contextualizar diferentes tópicos que van desde la política española en el siglo XVI hasta las peculiaridades estilísticas de las decenas de hombres y mujeres, a la par melancólicos y jactanciosos, que reclamaban a su familia unirse a ellos para forjar una nueva existencia al otro lado del mar.

Bibliografía:
Martínez, José Luis. El mundo privado de los emigrantes en Indias. Segunda edición, México, Fondo de Cultura Económica, 2007,98 pp.

Información para elegir

Recordemos: El 26 de abril del 2007 se aprobó y publicó en la Gaceta Oficial del Distrito Federal un decreto por el cual se despenalizaba el aborto y se dejaba al libre albedrío femenino la interrupción del embarazo. La discusión en torno a la reforma, alcanzó tal punto que algunos diputados, opositores a esta modificación, se declararon “a favor de la vida” y, con el objeto de defender sus argumentos, amenazaron de muerte a quienes disentían de su postura.
Desde esa fecha, muchas han sido las páginas que se han escrito al respecto y muchas, también, las personas que se han pronunciado, en los distintos espacios de los medios de comunicación, a favor o en contra de las nuevas disposiciones. La reciente noticia sobre una joven de 15 años que falleció mientras le practicaban un aborto en el Hospital Balbuena, ha renovado la actividad de los representantes de las distintas posturas acerca del tema, religiosos o liberales que, dejando de lado la crisis individual que genera la decisión de interrumpir un embarazo, condenan y descalifican a sus contrincantes.
En un esfuerzo por ayudar a las interesadas a elegir de una forma responsable, los periodistas Julieta Lujambio y Jaime Coello presentan una serie de entrevistas, intercaladas con una obra teatral, que muestran el punto de vista de una científica, una religiosa, un abogado y un psicólogo, especialistas cuya contribución puede ayudar a resolver el dilema al que, en la actualidad, se enfrentan cientos de mujeres.

Bibliografía:
Lujambio, Julieta y Jaime Coello. El vuelo de las cigüeñas. México, Jus, 2007, 92 pp.

¿Qué comen los pegasos?

Al escucharme, todos piensan que estoy loca, mas puedo jurar que en el jardín de mi casa vive un perro de hierba, con los ojos verdes, las orejas verdes y un complejo sistema óseo de madera. Cuando se enoja, me muestra sus colmillos, también verdes, pero lo más usual es que esté de buen humor y corra a mi lado, meneando su cola de hojas, para que le dé un poco de agua. Por ello, me tranquilizó saber que el escritor René Avilés Fabila, periodista, colaborador de este diario y director del Universo del búho, tiene como mascota a un unicornio y que su primo Julián posee un minotauro.
El bosque de los prodigios, libro heredero de los bestiarios de Arreola y Borges, es el resultado de la investigación taxonómica y mitológica realizada por Áviles, con el objeto de mostrar a los lectores las concepciones religiosas y sociales de los pueblos mesoamericanos, cuya imaginación permitió la existencia, hasta el arribo de los españoles, de una fauna extraña y misteriosa que, en convivencia con los humanos, configuró un mundo donde lo caótico es la norma y la quimera, el paradigma de la vida.
Tomando como pretexto la teología y concepción cósmica de los pueblos del Anáhuac y la península de Yucatán, el también autor de Los animales prodigiosos, configuró una zoología agresiva y a la vez mágica, capaz de mostrar la complejidad cultural de las civilizaciones precolombinas, al tiempo de espetarnos en el rostro, la imposibilidad humana para comprender todos los misterios encerrados en la naturaleza y en nuestra propia mente.

Bibliografía: Avilés Fabila, René. El bosque de los prodigios. México, Ed. Patria, 2007, 200 pp.

El amor en los tiempos de la red

El amor, según algunos, no es más que un vuelco inesperado del corazón en el momento menos oportuno: el cerebro falla, la voz no sale y las palabras nunca llegan. García Márquez, para no irnos tan lejos, señaló ─con gran acierto─ que el amor produce los mismos síntomas que el cólera: dolor de estómago, fiebre, pulsaciones aceleradas y, a uno que otro, vómito. Debemos, además, entender que el amor, como todo lo humano, es mutable: la señorita Josephine March de Alcott, por descocada que fuera, nunca llegaría a los extremos de las “cándidas” estudiantes de secundaria de nuestros tiempos.
Ahora bien, ¿cómo describir a los jóvenes el nerviosismo, la emoción que generaba la sola vista del cartero? Aún se escriben largas esquelas amorosas, pero es imposible tratar de establecer paralelos entre la letra temblorosa que trataba de ocultar las más intrincadas pasiones, y el frío conjunto de signos en “Times” o “Arial” que aparece en nuestro monitor, cuando, por ventura, alguien decide dedicarnos unas palabras, las cuales no necesariamente han de ser un elaborado requiebro; pues más que amor, en estos días se solicita sexo.
Vamos más allá: antes, para que una persona nos quitara el sueño, era necesario conocerla; ahora, la Internet permite tener relaciones ¿emotivas? con gente que nunca antes hemos visto, de la cual no hemos escuchado nada y de quien no podemos asegurar ni siquiera su nombre. El amor intangible, obra de René Avilés Fabila, habla de esta “evolución de las maneras de amar”, a través de la historia de un cibernauta anónimo que inicia un intercambio epistolar con una dama igual de desconocida. Un ordenador les ayuda a vencer el temor al rechazo, a superar el vértigo generado por un acercamiento incierto; sin embargo, la moraleja es clara: lo que se gana en seguridad, se pierde en vida y nada, a despecho de los ascetas, puede superar el placer efímero de una mirada o la alegría surgida ante el infantil triunfo de un beso robado.

Bibliografía:
Avilés Fabila. René. El amor intangible. México, Axial, 2008, 94 pp.

Lucha de clases en la tierra del tango

Saqueos, “cacerolazos”, seis muertos, 108 heridos y 328 detenidos en Buenos Aires, fueron sólo el detonante de una crisis largamente anunciada: el 19 de diciembre del 2001, Fernando de la Rúa presentó su renuncia a la presidencia de Argentina; días después, asumiría el poder Adolfo Rodríguez Saa, interino apoyado por el peronismo, quien según más de uno, había “vendido su alma al diablo” al aceptar la difícil encomienda de regresar el control a una nación de economía desvencijada, agobiada por el hambre y el fantasma de la guerra civil, y desmoralizada por las múltiples denuncias de corrupción y genocidio contra los más altos círculos del gobierno.
Desde esa fecha, se han sucedido en el poder tres personas distintas, las dos últimas con el mismo apellido y con la clara intención de alinearse a la “izquierda bolivariana” enarbolada por Hugo Chávez.
Los intelectuales del país sudamericano aún no acaban de resolver la incógnita: ¿cuál fue la fórmula que desencadenó el caos?, para la socióloga de la Universidad de Buenos Aires y doctora de la Sorbona, Mónica Peralta Ramos, la respuesta es inequívoca: la eclosión del eterno conflicto entre las clases sociales.
En La economía política argentina: poder y clases sociales (1930- 2006), Peralta trata de explicar, a la luz de las doctrinas marxistas, los momentos coyunturales de la Historia argentina desde 1930, año, en que según la autora, la sociedad de ese país sufrió un vuelco con la aparición del sindicalismo y el consecuente surgimiento de la “consciencia obrera”, elemento cultural que ha propiciado, entre otras cosas, la confrontación de los distintos grupos que aspiran a convertirse en los dirigentes de un Estado capitalista, cuyo mayor peligro consiste en ser una de las tantas periferias de las que depende el desarrollo de la economía de los países de centro.

Bibliografía:
Peralta Ramos, Mónica. La economía política argentina: poder y clases sociales (1930- 2006). Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007. 456 pp.

Crecimiento responsable

La modificación del paisaje global y la consecuente alteración del equilibrio ecológico que supuso la transición del feudalismo al capitalismo fue, durante muchas décadas, considerada una secuela secundaria del proceso de industrialización; sin embargo, el replanteamiento de las necesidades e interacciones económicas mundiales ha propiciado la comprensión, por parte de gobierno, productores y sociedad en general, de que sólo la aplicación de un modelo de desarrollo basado en la sustentabilidad, garantizará la permanencia del sistema y la sobrevivencia de la especie.
Nunca antes en la Historia, un modo de producción había sido capaz de poner en entredicho la seguridad y permanencia de nuestro hábitat, por ello, más importante que comprender las lógicas con las que operan los mercados, es entender los mecanismos de su inserción en sistemas más amplios que, aunque aparentemente no influyen en el intercambio de bienes y dinero, determinan las formas que estos adoptan.
Ángel Martínez González- Tablas, catedrático de la Universidad Complutense, expone en Economía política mundial. II. Pugna e incertidumbre en la economía mundial, los procesos que históricamente dieron lugar a la aparición de los diferentes actores del sistema de producción capitalista, discurso que explica, en buena medida, las características actuales de los países de mayor desarrollo en el mundo, todo inserto en el marco de la responsabilidad social y ecológica que deben adoptar los dueños de los capitales, a fin de establecer un equilibrio entre la “ganancia” y la vida.

Bibliografía: Martínez González- Tabla, Ángel. Economía política mundial.II. Pugna e incertidumbre en la economía mundial. Barcelona, Ed. Ariel, 2007, 384 pp.

Álbum familiar

Nell soñaba con cortinas blancas de encaje en la ventana de la cocina, con centros de mesa formados de helechos y flores recién cortadas del jardín y, por supuesto, con un esposo y unos hijos que se abrazaran y sonrieran, como si estuviesen eternamente posando para la colorida página de una revista de sociales. Con el tiempo, Nell se dio cuenta de que su vida no debía ser una copia exacta de los modelos de virtud femenina de Jane Austin y entendió, también, que hay muchas formas y caminos para convertirse en la loca y melancólica Ofelia, quien un buen día decidió arrojarse al río para cantar, mientras los borbotones de agua penetraban en sus pulmones.
Nell comprendió desde joven que la vida es simple y que las grandes historias no sólo han de hablar de hechos y personajes descomunales. Nell es feliz con su trabajo anónimo de correctora de estilo, su hermana, sus libros, su mesa vieja pintada de anaranjado y su regordeta y poco eficiente yegua. Nell y su familia, como todos los seres humanos, sufren; sin embargo, su creadora, la escritora canadiense Margaret Atwood, quiso dotarlos del temple necesario para reconocer que en la soledad y el sufrimiento, también es posible aprender.
Desorden moral es una novela configurada a partir de relatos fragmentados, surgidos de la contemplación de las distintas fotografías y libros que influyeron en cada una de las etapas de la vida de la protagonista, desde que ésta tenía 11 años y adquirió la responsabilidad de proteger emocionalmente a una hermana depresiva, al tiempo que aprendía sobre la forma “correcta” de existir.


Bibliografía: Atwood, Margaret. Desorden moral. Barcelona, Ed. Bruguera, 2007, 290 pp.

¡Qué bonita soy!

¿Alguna vez se ha preguntado lo que se sentirá ser feo? Gracias a Dios yo no lo sé, pero como buena ciudadana, educada bajo los más estrictos cánones democráticos, reconozco el sagrado derecho humano a ser poco agraciado; sin embargo, es deber aceptar ─como escribió hace tiempo el maestro Artemio de Valle-Arizpe─ que algunos individuos abusan en demasía de dicha prerrogativa, sujetos que, no contentos con asustar al galeno y a la madre que los trajo a este ingrato mundo, se ocupan, impunemente, de asediar a la gente bonita con cuanto requiebro amoroso (muy creativo y fino, eso sí) les viene a las mientes al contemplar a alguna mujercilla de generosas carnes.
Si usted, querido lector, es de esos pocos desafortunados que tras los múltiples rechazos de sus melindrosas conocidas admitió que no se parece en nada a las efigies griegas, no se angustie, pues la Divina Providencia (manifestación de la inmensa sabiduría de un hombre nada feo) lo sabrá recompensar con otras virtudes, tal es el caso de Félix Vargas (“Canillitas” pa’ los cuates), hijo de un albañil que murió de un mal de garganta (lo ahorcaron en la plaza mayor) y de una mujer cuyas notables habilidades profesionales la llevaron a ser conocida como María “la brincos”.
La historia de este pícaro ─hermano de andanzas e infortunios del Periquillo y del Guzmán de Alfarache, entre otros no menos célebres─ es contada por el escritor saltillense Artemio de Valle-Arizpe, cuya obra fue reeditada el año pasado, por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, para el recreo de los interesados en conocer las correrías de un hombre que, a pesar de tener el aspecto de “un garbanzo trepado en una garrocha”, disfrutó la vida rodeado de las dulzuras ofrecidas, muy liberalmente, por notables leperuzas.

Bibliografía:
Valle-Arizpe, Artemio. El canillitas. México, Ábside, 2007, 352 pp.

Amor vegetal

Nadie creería que los árboles son Católicos, Apostólicos y Romanos, pero si Poniatowska lo dice, yo no soy quien para cuestionar la historia de la señorita Jacaranda, quien una mañana de primavera, al despertar cubierta de flores moradas, se lavó la cara, se colgó un velo blanco y se encaminó, acompañada de unos pastos que fungieron como pajes, a la iglesia de San Sebastián en Chimalistac, muy feliz de poder echarle el lazo a un frondoso limonero.
En Boda en Chimalistac, Elena Poniatowska se da a la nada fácil tarea de entretener a los niños con un cuento que, a la vez de resultar divertido, coadyuve a la enseñanza de las tradiciones mexicanas y ensalce valores humanos como la lealtad, la amistad y la solidaridad.
La historia de este peculiar amor vegetal es complementada por las coloridas láminas de Oswaldo Hernández Garnica, ilustrador que recupera en sus dibujos las características físicas de los habitantes de la capital, el paisaje urbano y la tranquilidad de los pocos barrios de arquitectura colonial que aún se conservan en la Ciudad de México.
La edición en papel couché y pasta dura hecha por el Fondo de Cultura Económica ayuda a hacer más atractivas las imágenes de una realidad matizada por los colores que desearíamos ver siempre en el Distrito Federal y que nos hablan de un pasado que se cuela en el asfalto e, inexorablemente, se aleja con cada uno de los toques de hora de la catedral.

Bibliografía:
Poniatowska, Elena. Boda en Chimalistac. México, Fondo de Cultura Económica, 2008, 24 pp.

Terapia de pareja

El desplazamiento de las formas tradicionales de producción, la incorporación de la mano de obra femenina a las fábricas, pero, sobre todo, la modificación de los roles individuales en la sociedad, generaron, tras la segunda guerra mundial, un replanteamiento de conceptos como el amor, el noviazgo, el matrimonio y la familia. En las décadas sexta y séptima del siglo pasado se plantearon, incluso, formas alternativas de convivencia como las comunas, las uniones abiertas y la soltería sexualmente activa; sin embargo y a pesar de los cambios, es un hecho la necesidad, al menos de las mujeres, de establecerse de manera definitiva con alguien para compartir todos los problemas, necesidades y alegrías de la vida.
Las cosas no son fáciles: las largas jornadas laborales, el estrés, la desconfianza, la rutina y el cuidado de los hijos, propician el desgaste y el posterior desmoronamiento de relaciones que, aunque inicialmente estaban sustentadas en el amor, se convierten en un lastre para la vida de cada uno de los miembros de la familia.
Ante la escalada de problemas, agudizada, muchas de las veces, por los celos o la falta de innovaciones en la vida sexual, el divorcio se ha generalizado como la alternativa más viable, para acabar con una convivencia frustrante y destructiva. Antes de dar ese último paso, la psicóloga española, María Antonia Güel Roviralta, propone a los matrimonios acercarse a su obra Amores y desamores. La vida en pareja, libro donde los interesados pueden encontrar una serie de recomendaciones útiles para salvar su relación o, en determinado caso, concluir con un divorcio, pero de forma tranquila y satisfactoria para todas las partes.


Bibliografía:
Güel Roviralta, María Antonia. Amores y desamores. La vida en pareja. Barcelona, Ed. Océano, 2007, 142 pp.

miércoles, 4 de junio de 2008

Reflexiones desde el exilio

La Historia, según millones de vidas, podría describirse como una tirana omnipotente ocupada en la destrucción de destinos posibles; la antítesis de toda esa muerte, se encuentra en el motor mismo de los pueblos, es decir en los sueños, en las utopías, concepciones capaces de redimir al hombre y mostrarle universos alternos donde la decadencia y la podredumbre no son la meta a la cual nos encaminamos tras el final de cada día.
La literatura, la política y, en alguna medida, el periodismo, son el resultado de esos intentos de reconstrucción, son el arte de “remedar al hombre”, para presentarlo en simulacros de mundos mejores e ideales. Max Aub, escritor, crítico, soñador anhelante de una realidad sin guerras, se ocupó, en su obra periodística, de replantear y cuestionar algunos de los problemas que hundieron a buena parte de su generación y que, entre otras cosas, lo obligó a exiliarse en México, tan sólo para vivir en la añoranza de su vieja patria, España.
De todo habla el periodista de descendencia judía, todo es motivo de sus “elogios” (publicados en diferentes diarios y revistas mexicanos, entre 1943 y 1972, y recopilados por el Fondo de Cultura Económica): lo mismo aborda, con divertida ironía, la candidez o la fealdad física, que explota en amargas reflexiones contra la miseria y corrupción que hundió a muchos de sus amigos; mas en sus añoranzas, Aub es consciente de que todo es posible y aunque la Historia le juegue “malas pasadas”, siempre se podrá reconstruir lo sucedido, pues si bien es factible perder la libertad del cuerpo, como le sucedió en un campo de concentración en África, es imposible apresar al espíritu.

Bibliografía:
Aub, Max. Los tiempos mexicanos de Max Aub. Legado periodístico 1943- 1972. México, Fundación Max Aub, Fondo de Cultura Económica, 2008, 928 pp.

El ángel de la muerte: corazón del barrio bravo

Un olor dulzón, a guayaba podrida, se extiende por todo el templo. Festín de moscas: vuelan, se posan sobre las paredes manchadas, las sillas de plástico grises de mugre, las flores, las frutas en descomposición, el adorno de noche buenas artificiales colgado de la pared en pleno mayo… ávidas, succionan la sangre de los fieles que musitan una oración con la mirada sumisa de quienes se saben en presencia de un superior.
La Niña Blanca Santita, la Catrina, la Flaquita, para mayores señas, la Muerte, observa impávida, mientras exhibe su traje blanco. La cabellera larga empuja al vacío de los ojos, a la sonrisa fría y a la mano descarnada, larga, que se extiende a los feligreses.
Arrastrándose, entra una mujer al templo. Parece más vieja de lo que realmente es, su cara refleja angustia, dolor y una completa fe en la imagen a la que se acerca. “Nunca me falla”, explicará más tarde, haciendo referencia al “ángel bueno”, a la muerte representada como una mujer con alas. “Le he pedido de todo, menos dinero, porque ese me lo gano yo con mi trabajo. Es muy milagrosa”, explica la penitente, al fijar sus ojos en el altar principal, donde “la Santa” es la invitada central en un espacio que debe compartir con esculturas más familiares: un niño Dios, un Cristo agonizante en la cruz, la mater dolorosa y, por supuesto, Lupita, quien, por esta vez, ha de conformarse con compartir un rincón, con unas plantas y una olla tamalera abandonada.
Al número 35 de la calle Bravo en Tepito, llegan parejas, matrimonios con niños, mujeres de brazos tatuados con osamentas y guadañas, hombres, borrachos que, a gritos, demuestran su afecto por “la Niña” y quienes, a toda costa, buscarán la oportunidad de regalarla con una canción: “la letra es lo de menos, lo importante es que salga del corazón”. Acuden al toque de las campanas. A las cinco comienza el rito. El sacerdote, de atuendo morado, preside los rezos. Ella, la alabada, es la Jefa, la patrona de carteristas, prostitutas, maras, ladrones, presos y narcos; pero también de aquellos a quienes “no les cumplieron” ni San Judas ni la Virgen de Guadalupe.
“Con la brujería de hoy”, anuncia el padre Carlos, “vamos a pedirle a la Santa que nos libre de las envidias, del mal de ojo, de los hechizos y las maldiciones; ya verán hermanitos, en esta misma semana se nos concederá lo que estamos pidiendo”. Las personas escuchan; esperanzadas, se “limpian” el cuerpo con las veladoras compradas segundos antes en un aparador frente a la oficina (dos por cincuenta pesos), las frotan sobre sus cabezas, levantan brazos y piernas. Al terminar, la ayudante pasa a encender las mechas; en su mano izquierda lleva una red, donde va recogiendo las limosnas, mientras el sacerdote dirige la oración: “Dios todo poderoso, Padre Hijo y Espíritu Santo, te pido permiso para venerar a la Santa Muerte, mi niña blanca, bendito ángel que tú enviaste en mi auxilio, quiero pedirte de todo corazón que rompas y destruyas todo hechizo, encantamiento, oscuridad que se presente en mi persona, casa, trabajo, camino. Que quite la envidia, pobreza, desempleo y la traición…”
Tras la comunión, los fieles salen del templo, con ellos llevan imágenes rociadas con agua bendita. Parece que la Santa los sigue: en muchas esquinas de la colonia Morelos pueden verse altares dedicados a ella. Se muestra de todas las maneras imaginables, desde aquellas agresivas, más propias de las playeras de los metaleros, hasta las simpáticas y engalanadas, cuyo modelo fueron los grabados de José Guadalupe Posadas, pasando, claro está, por la clásica de túnica negra y guadaña, y la de cabello largo, coronada con una tiara de plástico dorado o de fantasía.
“En todo, seño, en todo me ha ayudado mi madre. Yo vengo desde Guanajuato nada más a verla, allá toda mi familia y conocidos creen mucho en ella”, cuenta orgullosa Margarita Ortiz, frente a las decenas de flores que adornan el altar de la esquina de Alfarería y Mineros, uno de los más concurridos de Tepito, por su tamaño y antigüedad (6 años, explica Enriqueta Romero, dueña del lugar).
El culto a la Santa Muerte, cuyos orígenes aún no son del todo claros, se ha multiplicado, según la maestra en Antropología social, Katia Perdigón, durante los últimos 15 años, dando lugar a la proliferación de centros de culto improvisados y a la popularización de fetiches vendidos en tianguis de la Ciudad de México y de varios estados de la República.
El 12 de agosto del 2007, David Romero, considerado arzobispo primado de la Iglesia Santa, Católica, Apostólica, Tradicional México- Estados Unidos (la Secretaria de Gobernación señaló el 22 de noviembre de ese año que la iglesia carecía de personalidad jurídica, por lo cual tiene prohibido ostentarse como asociación religiosa) canonizó al “Ángel de la Santa Muerte”, una figura de bulto con forma de mujer alada; sin embargo, los creyentes prefieren venerar a la imagen tradicional de la osamenta, pues ella representa, de forma más fiel, el miedo y la violencia de nuestros días.