Querida Adriana:
He pasado demasiado tiempo en Nantucket y ahora es necesario regresar al océano. Debo dejar de jugar a ser Ismael, por más que me complazca la contemplación del mar, y aceptar, de una buena vez por todas, que soy el monomaniático Ajab y me destino es cazar a la ballena blanca o, de lo contrario, resignarme a morir, pues para mí no existe otro camino posible. ¿Desistir? Nunca. Prefiero navegar eternamente con mi pata de palo y la amargura en el corazón a perderme en el abismo de la molicie y el sinsentido.
Dentro de una semana me embarcaré, no espero que nadie vaya a despedirse al puerto, pero mucho me temo que si hay un naufragio, no encontraré los suficientes despojos para salir a flote. A Ismael, le aterraba el misterio del gran cachalote: el color le traía reminiscencias de antiguos actos siniestros, su habilidad le producía el vértigo atrayente del abismo y la incertidumbre de la muerte; sin embargo, más extraña que las aberraciones de un mundo caprichoso, es la irracionalidad del capitán, quien a sabiendas de su inferioridad respecto al monstruo, decide apostar su vida a la extraña empresa del dominio de la quimera, al sometimiento de la utopía, cuya materialización implicará el resumen y el premio a toda su existencia.
Sé que eres mi confidente, pero tú y yo conocemos de sobra que Moby Dick es sólo mi enemiga y esta aventura he de emprenderla sola y tengo mucho miedo, pues soy completamente consiente de mis debilidades y pecados. ¿Dios me ayudará? No, sabes que Él no moverá ni un dedo, todo depende, entonces, del viento y de mis habilidades como marinero, soy novel en el arte de la navegación, pero aspiro a convertirme en viejo lobo de mar. Supongo que intuyes las pregunta obligada: ¿cómo lograré clavar el arpón en su enorme corazón?, cada día me doy cuenta de mi flaqueza y me asusta mi ignorancia, pero tal vez si estudio, si me guío de los más sabios y persisto en mi cometido, finalmente logre vencerla.
Así, pues, levanto anclas de nuevo: tenderé el velamen y espero que mi alma no se amotine, ni el fuego logre llegar a la santamaría de mi barco. Con el paso de los días te daré la crónica de mi viaje, espero con ansia el día en que logre derrotar a mi monstruo.
Desde el puerto, tu fiel
Jeanette
He pasado demasiado tiempo en Nantucket y ahora es necesario regresar al océano. Debo dejar de jugar a ser Ismael, por más que me complazca la contemplación del mar, y aceptar, de una buena vez por todas, que soy el monomaniático Ajab y me destino es cazar a la ballena blanca o, de lo contrario, resignarme a morir, pues para mí no existe otro camino posible. ¿Desistir? Nunca. Prefiero navegar eternamente con mi pata de palo y la amargura en el corazón a perderme en el abismo de la molicie y el sinsentido.
Dentro de una semana me embarcaré, no espero que nadie vaya a despedirse al puerto, pero mucho me temo que si hay un naufragio, no encontraré los suficientes despojos para salir a flote. A Ismael, le aterraba el misterio del gran cachalote: el color le traía reminiscencias de antiguos actos siniestros, su habilidad le producía el vértigo atrayente del abismo y la incertidumbre de la muerte; sin embargo, más extraña que las aberraciones de un mundo caprichoso, es la irracionalidad del capitán, quien a sabiendas de su inferioridad respecto al monstruo, decide apostar su vida a la extraña empresa del dominio de la quimera, al sometimiento de la utopía, cuya materialización implicará el resumen y el premio a toda su existencia.
Sé que eres mi confidente, pero tú y yo conocemos de sobra que Moby Dick es sólo mi enemiga y esta aventura he de emprenderla sola y tengo mucho miedo, pues soy completamente consiente de mis debilidades y pecados. ¿Dios me ayudará? No, sabes que Él no moverá ni un dedo, todo depende, entonces, del viento y de mis habilidades como marinero, soy novel en el arte de la navegación, pero aspiro a convertirme en viejo lobo de mar. Supongo que intuyes las pregunta obligada: ¿cómo lograré clavar el arpón en su enorme corazón?, cada día me doy cuenta de mi flaqueza y me asusta mi ignorancia, pero tal vez si estudio, si me guío de los más sabios y persisto en mi cometido, finalmente logre vencerla.
Así, pues, levanto anclas de nuevo: tenderé el velamen y espero que mi alma no se amotine, ni el fuego logre llegar a la santamaría de mi barco. Con el paso de los días te daré la crónica de mi viaje, espero con ansia el día en que logre derrotar a mi monstruo.
Desde el puerto, tu fiel
Jeanette