jueves, 8 de enero de 2009

Contestó más de cien preguntas el líder

Hola: Así es como quiero ser cuando sea grande.


Veintenas de corresponsales de prensa con el caudillo rebelde
Por Manuel Acosta Becerra Jr. enviado especial de Excelsior

La Habana, Cuba, 22 de enero (Exclusivo)- Durante más de cinco horas se apoderó hoy Fidel Castro de la atención de los periodistas que han venido aquí desde todos los rumbos de América.
Y después de hablar de libertad en el lujoso hotel Riviera ─esa parece ser su obsesión─, de la necesidad de que se forme una opinión pública fuerte que actúe en todos los actos de gobierno de los países del Continente, de justificar la ejecución de criminales de guerra y de afirmar que nadie que no sea culpable de hechos de sangre merecerá la pena de muerte, fue aclamado casi con delirio.
Le fueron formuladas preguntas en español, en inglés ─la estadunidense es la delegación más nutrida─, en francés y en portugués. En español ─no habló en los otros idiomas─ contestó cincuenta, cien preguntas de la índole más diversa. Relaciones con los Estados Unidos, comunismo, planes de gobierno, criminales de guerra: estos fueron los temas que más trataron. Pero hubo de todo.

Castro Ruz parece un místico

Infatigable Castro Ruz. Parece un místico. Viste el uniforme verde de campaña. La camisola, abierta por el cuello, permite ver sobre el pecho una cadena de la cual pende una medalla, quizá religiosa. Unos lapiceros asoman en el bolsillo izquierdo. Sobre los hombros brilla una estrella dorada. Esa es toda su indumentaria, No usa armas. O al menos no son visibles. La barba, desordenada donde termina la patilla, ha sido recortada bajo el mentón. Sus ademanes son sueltos, flojos. Pero las manos se abren y se cierran con fuerza. Tiene un brillo intenso en la mirada. Y su voz es débil, aunque él sabe imprimirle muchos matices. Y no es o0rador. No en el sentido que nosotros entendemos. Más bien plática. Como si sólo dos, tres personas de su más íntima confianza estuvieran frente a él. Posee algo que muchos denominarían magnetismo. Para nosotros sólo es patente una cosa: domina a las muchedumbres.

Todos los periodistas, cacheados

El “Copa Room” es uno de los cabarets del hotel. Allí fue la entrevista con la prensa americana. Se llenó el local. Los periodistas habían sido citados para las 9 de la mañana, pero no se les franqueó la entrada hasta después de las 11. Varias horas se aglomeraron a las puertas del dorado salón, dorado y oropelesco. Pasadas las 11 se les hizo formar una hilera de uno en uno. A los lados se situaron soldados con el clásico uniforme verde. Casi todos usan barbas todavía. Con ellos había mujeres milicianas, jóvenes todas, entre las cuales no pocas cargaban ametralladoras. Ya en el umbral del salón, en el momento de identificarse, un soldado palpaba el pecho, los costados y las piernas de los diaristas visitantes en busca de armas ocultas. Algunos protestaban. Otros sonreían. En tanto, el soldado manteníase imperturbable, bruscamente imperturbable.
Dentro, el escenario era lo más pintoresco que cabe imaginar. Los rústicos milicianos de la sierra en un decorado que producía fuerte contraste. Las telas rudas de mujeres y hombres junto a enrejados color de rosa, gruesas cortinas rojas, lámparas de cristal labrado en racimos que brotaban de tallos dorados. Mullidas alfombras cubrían el piso. Con los soldados se mezclaban elegantes meseros de aspecto casi aristocrático. Conviven bien, empero, unos y otros.
Centenares de periodistas ocuparon sillas y mesas. Al fondo se levantó un estrado sobre el cual se situarían, poco después, los personajes del nuevo régimen. Un poco más abajo, también a nivel superior del piso, fue puesta una mesa para Castro Ruz. Había allí un enjambre de micrófonos. Seis cámaras de televisión empezaron a funcionar. Se oyó el zumbido de dos grandes cámaras cinematográficas. Se encendieron potentes reflectores. Veintenas de fotógrafos y camarógrafos disparaban sin cesar sus aparatos.
Eran las 11.45. Se había anu8nciado: llega el máximo líder: Estalló un aplauso. Gritaron las mujeres. Se escucharon las notas del himno cubano y después las del himno revolucionario.
Fidel Castro saludaba con sencillez, como sin darle importancia a los aplausos. Parecía que entraba en el pequeño salón de una casa de amigos y no al sitio donde se congregaban más de 400 corresponsales extranjeros. Muchos periodistas ascendían al estrado y procuraban hablar con el líder. Los soldados y otros comisionados para guardar el orden trataban de hacerlos bajar. Pero descendían unos y subían otros. Desde atrás, unos soldados emitían alegres gritos, indescifrables por lo demás: SE oyeron palmas, en exigencia de que se iniciara cuanto antes la conferencia. Pero el desorden dominaba todo.

Fue preciso gritar las órdenes

Pasó más de media hora. Y nada. Luego se dijo que exhibirían unas fotos. Para que la luz se apagara y pudiera el proyector enviar la imagen a una gran pantalla, antes fue preciso gritar órdenes en todos los tonos. Los ayudantes de los camarógrafos se resistían a apagar sus reflectores. Unas chicas locales los bromeaban en su típico, alegre lenguaje. Pero al fin se hizo la oscuridad.
Durante una hora, los invitados pudieron ver impresionantes fotografías de personas torturadas, asesinadas, apaleadas, ahorcadas por los hombres del prófugo dictador Batista.
Como los nazis, estos hombres gustaban de fotografiarse con sus víctimas. Las placas han caído en manos de los revolucionarios. Hay niños y mujeres, hombres y jóvenes, en esas sobrecogedoras fotografías. Muchachos lanzados al mar con una piedra amarrada en un pie, y cuyos cuerpos, recogidos días después, fueron retratados “para ejemplarizar”.
Ojos vaciados, brazos, miembros mutilados abundaban en esta exhibición, Y todavía aclaró Quintana, decano del cuerpo de periodistas y actualmente hombre influyentísimo en el nuevo gobierno: “Y hay más. Muchas más, que Fidel Castro no quiere que se les muestren, por lo terrible que fueron los actos inhumanos de los asesinos del pueblo”.
Se terminó aquello, se encendió la luz, y otra vez lo de antes: periodistas que subían al estrado para hablar con el líder. Nuevos gritos. Nuevas palmas. Algunos le mostraban recortes de sus periódicos. Fidel Castro los invitaba a que ocuparan sus asientos.
Pero se iban unos y llegaban otros. Hasta que la mayoría de los asistentes, con reiteradas protestas, logró que todo volviera al orden.
Y habló largamente Quintana. De lo que dijo, vale la pena su explicación sobre por qué se fusila a los culpables de delitos de guerra.
Lo que ocurrió en el 33, cuando se derrocó a otra dictadura, es el argumento. Entonces se perdonó la vida a cientos de culpables de asesinatos. El resultado: después volvieron a asesinar, y con mayor saña. Algo dijo que nos trajo a la memoria la frase de uno de los jefes de la Revolución Mexicana, a propósito de los Tratados de Ciudad Juárez, firmados por Madero ─ ¿quién fue este mexicano?─: “Revolución que transige es revolución que pierde”.- Fidel Castro.
Llegó el presidente Urrutia. Impecable con su traje europeo. Muy sonriente. Muy parco… muy parco en sus gestos. Ocupó el centro del presidium y Fidel Castro, que se hallaba en el extremo de la larga mesa, se sentó a su izquierda cuando se terminó de oír el himno de Cuba.
El jefe de la Revolución Cubana ─ el movimiento ha adoptado ya ese nombre─ descendió hasta la mesa preparada para contestar desde ahí las preguntas de los corresponsales. Habló sucintamente. Su voz estaba enronquecida.
“No tememos a la libertad de prensa. Y con ustedes aquí, estamos dispuestos a demostrarlo. Ustedes podrán decir lo que quieran. Hablen con el hombre y la mujer de la calle. Entrevisten a los prisioneros. Nosotros queremos la libertad de prensa para que nos señalen nuestros defectos”.
Se refirió a los hechos que han motivado censuras contra el nuevo régimen: los fusilamientos.
“Condenaremos a muerte a los culpables de asesinatos”, dijo. “A nadie más. Los partidarios de Batista se encuentran en la calle. ¿Cuántos de ellos me habrán saludado? A los esbirros, a los asesinos, a ellos sí los juzgaremos y los fusilaremos. Contra muchos hay pruebas decisivas, irrefutables; por eso los juicios son breves. Algunos son culpables de la muerte de más de cien personas. Los presos políticos no serán condenados a muerte.

Desorientación en la opinión pública

Dijo que hay desorientación en la opinión pública mundial por informaciones falsas; debido a eso, se cree que en Cuba todo está revuelto, que no se respeta la vida humana. Y él lo niega.
“Que lo vean los periodistas. Que lo vean todos”, insistió.
Cuando triunfó el movimiento −según refirió− No hubo saqueo. Ahora, no existe policía. El orden lo cuidan los Boy Scouts. Y, sin embargo, los robos han disminuido notablemente. No obstante que diez mil delincuentes salieron de la prisión, casi no hay robos. ¿No se deberá eso a que ya no existe la antigua policía? Y pregunto si esto −que se puede ver− está de acuerdo con lo que se ha publicado en el extranjero. Y reiteró que no ha habido, que no habrá asesinatos colectivos. La gente de Batista mató a 20,000 personas. Eso, dijo, es posible comprobarlo. A cambio de lo cual se sentenciará a muerte a no más de 400 personas.
Insistió sobre la propaganda en contra de Cuba. “Si a Batista se le hubiera hecho una campaña así −agregó− cae en un mes”.
Se le aplaudía con entusiasmo. Se le vitoreaba. Pero por sobre todas las voces, se alzaban las de las mujeres. Mujeres que parecía que hubieran enloquecido. Se agitaban, se ponían de pie. Vociferaban, gesticulaban, palmoteaban.
Habló Castro Ruz de sus propósitos: “Lo primero para nosotros son las libertades humanas. Nada por la fuerza. La libertad será la base del gobierno revolucionario. Para que nos retiremos, sólo basta que nos pongan mala cara. Si fracasan las libertades, nosotros nos retiramos. Nunca nos impondremos al pueblo por la fuerza.”


Contra los ejércitos mercenarios
En Cuba debe haber un ejército popular. Porque hay cosas que parecen utopías sólo porque nadie se atreve a realizar, e intentar siquiera. Y en Cuba la razón siempre será lo que prevalezca.
En cuanto al desprestigio en que se quiere hundir a Cuba, no era muy difícil en un continente que está acostumbrado a los asesinos. Se van unos y vienen otros. Natural. Pero ahora: la libertad o la renuncia. Y después opinó que en América hace falta opinión pública y que los periodistas deben ser libres para ayudar a que se forme, porque la opinión pública fuerte es el mayor enemigo de los tiranos.
“Me someto a su interrogatorio. Pregunten todo lo que quieran. El Presidente me ha autorizado a responder”.
¿Qué no le preguntaron a Fidel Castro los empleados periodísticos de todo el Continente? La Prensa Asociada dará al lector mexicano información sobre esta pintoresca entrevista, en la que todos querían hacerse oír, en la que se suscitaron a menudo diálogos, discusiones entre los reporteros de los diferentes países. Una entrevista en la que, de pronto, el Presidente de la República expresó:
“No quieres oír la voz del presidente?”
Así se puso fin a un debate motivado por el empeño de un periodista venezolano para que Castro Ruz examinara una cuestión interna de Venezuela y que se había enfrascado en un rudo intercambio de palabras con Quintana. El Presidente dijo la última palabra. Sólo cuestiones de Cuba. Lo dijo amablemente. Y Quintana y el reportero extranjero se aplacaron, no sin que antes el primero llegar a gritar: “Eso no me lo dice usted a mí”.
En virtud de la grandísima extensión de la conferencia, damos solamente algunas de las respuestas del jefe revolucionario a las múltiples preguntas.
La prensa internacional no debe dejarse engañar. Para eso les hemos invitado a ustedes, y vuestra buena fe ha quedado de manifiesto en el hecho de que esta reunión se organizó apenas en 72 horas.
“Dieciocho años de robo no han permitido a Cuba desarrollar su riqueza natural. Es un país con posibilidades, y sin embargo, existen actualmente cientos de miles de desocupados”.
Ell enviado de la Columbia Broadcastihng System, de los estados Unidos, dijo: “En los Estados unidos se sabe que usted ganó la guerra. Y ahora se teme que pierda la paz”.
La respuesta fue: “Yo no creo que vayamos a perder la paz. Aunque ello parezca lógico por las piedras que se nos están poniendo en el camino. Tenemos hombres capaces, técnicos y profesionales con ideas y proyectos. Antes no habían podido aplicarse. Lo que necesitamos para ello es precisamente paz. Necesitamos paz y no intromisión”.

No hay dictadores invencibles

Un portugués hizo la pregunta, y Castro Ruz, impasible, recomendó: “El que lo conozca que me lo diga por favor. Se necesitan dos fuerzas para vencerlos, la libertad y el apoyo de la opinión pública”.
Un periodista de Chicago preguntó: “Usted tiene buenos amigos en los Estados Unidos, ¿qué debemos hacer para ayudarlos?”
Se le pidió a Castro Ruz que contestara en inglés. Castro rehusó: “Si lo hago no me entenderán ni los norteamericanos”.
Después seriamente dijo: “Tengo fe en el sentimiento de amistad de los norteamericanos. Cuando sepan la verdad nos apoyarán. Lo que pedimos es que digan al pueblo la verdad. El gobierno de los Estados Unidos atiende a la opinión pública. Nosotros no tenemos nada contra él. No ha tenido actividades hostiles hacia nosotros. Pero creemos que hay determinados intereses que influyen sobre el gobierno. El mecanismo de esto es, primero, preparar a la opinión pública engañándola. Ustedes no deben permitirlo. Esos intereses son tan enemigos de nuestra causa como de los Estados Unidos”.
Sobre el comunismo, declaró: “No aceptaremos movimientos extraños a nuestro Continente”.
Su idea de América es una América como la vio Bolívar. No Latinoamérica. Pero: “A Bolívar se le hacen muchos monumentos y poco caso”.
A las 6:30 de la tarde, todavía no podemos salir del ostentoso Riviera.


Publicado el 23 de enero de 1959

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