Eloísa Domínguez y Jeanette Muñoz
Ohtokani, el que camina, el hombre protegido por el jaguar y regido por el agua, danzará frente a la imagen de la virgen de Guadalupe esta noche, pero aunque todos lo verán desplazarse ante "la morenita", él sabrá que su baile está dedicado a alguien más antigua que la virgen María, él se moverá por la madre tierra, por Tonatzin, la diosa venerada en el Tepeyac, nucho antes de que Juan Diego desplegara su ayate frente a Fray Juan de Zumárraga.
"El Tepeyac era uno de los cuatro puntos o vientos a los que acudían los antiguos, nuestros abuelos los mexicas, para adorar a sus dioses, ahí se le llevaban flores y se le iba a danzar a Tonatzin, nuestra madre venerada. Los otros puntos eran Amecameca, donde se veneraba a Quetzalcoatl, Chalma, lugar de Huitzilopochtli y Los Remedios, templo de Tezcatlipoca", explica el danzante perteneciente al grupo Iztacoatl o serpiente blanca.
"Tonatzin no es la virgen de Guadalupe, hay muchos que le bailan a ella, pero si nos apegamos a las antiguas tradiciones, las danzas se tendrían que hacer a los elementos y a todas las fuerzas de la naturaleza", explica.
Ataviado con un maxtla (usualmente conocido como taparrabos), un pectoral, un penacho adornado con plumas de aves y sus ayoyotes (semillas de hueso de fraile), Ohtokani abrirá la danza frente a una capilla de la virgen, soplará un caracol hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales, después lo apuntará al cielo, arriba y, por último, al suelo, abajo. A los mismos lugares, lanzará el humo producido por el sahumerio y con ello saludará a la naturaleza y pedirá permiso a la Tierra para iniciar su baile.
"Yo no creo en la virgen de Guadalupe y si tuviera hijos tampoco les enseñaría su culto, aunque respetaría la creencia que ellos escogieran", exclama y ladea un poco la cabeza dejando ver un pendiente de cuarzo y un par de piecitos, símbolo del nombre en nahuatl que le dio la misma persona que le enseñó a danzar hace dieciocho años.
"Nadie en mi familia se dedicaba a esto, a mí me surgió la inquietud a partir de un viaje que realicé a Chichen Itza, para recibir la primavera. Me quedó la idea y cuando regresé a la ciudad, un día me acerqué a preguntar el significado de su baile a un grupo de danzantes que se juntaban en el Zócalo. Uno de los jefes me permitió entrar a los ensayos que se hacían cerca de la catedral, él me enseñó muchas de las cosas que sé", recuerda.
Dentro de la danza hay varias corrientes, explica el entrevistado, "los concheros, quienes para ser aceptados en las iglesias tuvieron que abandonar la tradicional vestimenta de los aztecas y aceptar bailar cubiertos completamente. Los culturales que no ponen los pies en un templo ni de chiste y, nosostros, los tradicionales, quienes a pesar de no compartir las creencias, respetamos los cultos de los demás y acudimos a cualquier lugar que nos inviten".
Esas invitaciones llevaron a Ohtokani a Francia, Austria e Italia, a donde llegó, acompañado de un grupo de danzantes, a petición de una cadena de restaurantes de comida macrobiótica (a base de legumbres), y en donde permaneció medio año.
"Las mujeres nos metían la mano cuando danzabamos, pero en general había mucho respeto e interés por lo que hacíamos. Como nos presentabamos en primarias, secundarias, universidades o las plazas públicas, a veces los niños se ponían a brincar con nosotros. En otras ocasiones, encontrabamos a personas que sabían mucho más de los ritos aztecas que cualquier mexicano".
Desde hace 18 años (en la actualidad tiene 47 de edad) realiza cuatro danzas rituals, una para cada estación: en Tula, la que celebra el arribo de la primavera, en Tlaltenango la del verano, la del otoño en Cacaxtla y en Tenayuca la del invierno.
Ohtokani danzará esta noche frente a una imagen, pero interiormente sabe que baila para otra, tal como lo hacían los antiguos habitantes del Anáhuac, en la misma fecha, porque la madre de Jesús tomó a bien aparecerse a Juan Diego el mismo día en que se veneraba a "nuestra madre generosa", Tonatzin, Coatlicue, la Tierra.
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