jueves, 8 de enero de 2009

Noche de paz en el frente

Las tropas aguardan el arribo de millones de cartas y pruebas de afecto provenientes de Estados Unidos. Los comandantes reunirán a los soldados, organizarán una cena y repartirán premios a quienes en el año hayan sobresalido por su trabajo o actos heroicos.
Tradicionalmente, los miembros del ejército reciben por estas fechas paquetes provenientes de sus familias, quienes les envían, mediante organismos internacionales de apoyo como Soldier’s Angels, artículos de uso personal, dulces y galletas, que más tarde serán compartidos en los cuarteles.
Los jefes de cada unidad acostumbran, a finales de año, hacer anotaciones a los archivos de los soldados destacados en el cumplimiento de sus tareas, esto se ve como un premio, pues la acumulación de buenas notas puede ayudar a obtener un ascenso en el futuro. En el caso de conflictos como el enfrentado en Irak, se otorgan medallas para celebrar el valor de los militares.
“La intención de todas estas actividades es ayudar a mantener el ánimo de los soldados. En situaciones de crisis, es importante que los comandantes de cada unidad den a sus subordinados un mensaje de apoyo, al tiempo que se fomenta la responsabilidad y la sensación de pertenencia a un equipo”, menciona en entrevista para Excélsior, Arturo Ramos-Martínez, comandante de reclutamiento del Departamento de Defensa de Estados Unidos en San Francisco y California.
“En épocas de conflicto resulta difícil organizar grandes fiestas, sobre todo por los peligros inherentes a una guerra: una concentración de militares, puede convertirse, fácilmente, en un blanco de agresiones de los grupos enemigos”, recuerda Ramos, quien iniciara su carrera como supervisor de técnicos de aviación en Bosnia- Herzegovina.
“No se puede celebrar como se haría en un contexto de paz, porque todo el tiempo se está expuesto a una serie de peligros, por ejemplo, en el caso de Bosnia nos teníamos que cuidar de la enorme cantidad de minas antipersonales que no habían sido identificadas y que podían poner en riesgo no sólo al personal, sino también a la población civil”, acepta.
Además no siempre dan ganas de festejar. “A parte del riesgo continúo de ataque, otro impedimento es el ambiente opresivo que se vive en una zona de conflicto. Hay hambre y resulta peligroso meterse en regiones de extrema pobreza. Muchas veces me tocó que mujeres y niños salían al paso de nuestros camiones, tan sólo porque pensaban que traíamos comida. Intentaban abordarnos y no sabíamos como evitarlo, porque es obvio que no podíamos atacarlos para defendernos, menos si estábamos ahí con el propósito de restaurar la paz”, explica.
Ramos estuvo en Bosnia durante ocho meses, su estadía ahí representó su primera misión como miembro del ejército estadunidense, en el cual se enroló una semana después de obtener su residencia, a sus 29 años. “Fui a una oficina de reclutamiento para ver cuáles eran las opciones, me gustaron los planes, pero sobre todo la idea de no tener que someterme a una rutina fija. Al otro día, ya tenía un contrato con la aviación por seis años”, recuerda.
Proveniente de Morelia, Michoacán, el ahora comandante de trescientos reclutadores, estudió Filosofía en la Universidad del Valle de Atemajac de Zapopán, Jalisco, pero a sus 28 años se trasladó a Estados Unidos.
“Ya había hecho una parte de la preparatoria ahí porque mis papás ya llevaban varios años en este país, ellos entraron como migrantes indocumentados. Yo, en la búsqueda de la mejor forma de vida para mí, me uní al ejército, donde ya llevó 16 años… pronto me jubilaré y regresaré a México, pienso establecerme con mi esposa en Baja California, para no perder los privilegios que implica ser ciudadano norteamericano”, asegura el entrevistado.
“Cuando se está lejos se extraña muchísimo a la familia e, incluso, hay determinados momentos en los que es necesario tener muestras de apoyo aún de quienes no conoces, porque te puede dar la idea de que el pueblo te está respaldando y no descalifica tus acciones”, menciona.
En el frente, la cena de navidad se celebra el 25 de diciembre, un día después de la que dicta la costumbre en México. Se organizan fiestas pequeñas en cada unidad, se decoran las instalaciones y se preparan alimentos especiales que rompan con la dieta cotidiana de los soldados y les ayuden a rememorar las costumbres de sus propios hogares.
“La cantidad de alimentos no es el problema, tampoco los recursos que se puedan tener en las instalaciones. Tal vez, lo único que puede empañar los festejos es saber que a unos pocos metros de ti existen personas que ajenas a cualquier celebración, padecen de hambre o lloran a alguna de las tantas víctimas de la guerra”, concluye Ramos.

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