Nadie creería que los árboles son Católicos, Apostólicos y Romanos, pero si Poniatowska lo dice, yo no soy quien para cuestionar la historia de la señorita Jacaranda, quien una mañana de primavera, al despertar cubierta de flores moradas, se lavó la cara, se colgó un velo blanco y se encaminó, acompañada de unos pastos que fungieron como pajes, a la iglesia de San Sebastián en Chimalistac, muy feliz de poder echarle el lazo a un frondoso limonero.
En Boda en Chimalistac, Elena Poniatowska se da a la nada fácil tarea de entretener a los niños con un cuento que, a la vez de resultar divertido, coadyuve a la enseñanza de las tradiciones mexicanas y ensalce valores humanos como la lealtad, la amistad y la solidaridad.
La historia de este peculiar amor vegetal es complementada por las coloridas láminas de Oswaldo Hernández Garnica, ilustrador que recupera en sus dibujos las características físicas de los habitantes de la capital, el paisaje urbano y la tranquilidad de los pocos barrios de arquitectura colonial que aún se conservan en la Ciudad de México.
La edición en papel couché y pasta dura hecha por el Fondo de Cultura Económica ayuda a hacer más atractivas las imágenes de una realidad matizada por los colores que desearíamos ver siempre en el Distrito Federal y que nos hablan de un pasado que se cuela en el asfalto e, inexorablemente, se aleja con cada uno de los toques de hora de la catedral.
Bibliografía:
Poniatowska, Elena. Boda en Chimalistac. México, Fondo de Cultura Económica, 2008, 24 pp.
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