¿Alguna vez se ha preguntado lo que se sentirá ser feo? Gracias a Dios yo no lo sé, pero como buena ciudadana, educada bajo los más estrictos cánones democráticos, reconozco el sagrado derecho humano a ser poco agraciado; sin embargo, es deber aceptar ─como escribió hace tiempo el maestro Artemio de Valle-Arizpe─ que algunos individuos abusan en demasía de dicha prerrogativa, sujetos que, no contentos con asustar al galeno y a la madre que los trajo a este ingrato mundo, se ocupan, impunemente, de asediar a la gente bonita con cuanto requiebro amoroso (muy creativo y fino, eso sí) les viene a las mientes al contemplar a alguna mujercilla de generosas carnes.
Si usted, querido lector, es de esos pocos desafortunados que tras los múltiples rechazos de sus melindrosas conocidas admitió que no se parece en nada a las efigies griegas, no se angustie, pues la Divina Providencia (manifestación de la inmensa sabiduría de un hombre nada feo) lo sabrá recompensar con otras virtudes, tal es el caso de Félix Vargas (“Canillitas” pa’ los cuates), hijo de un albañil que murió de un mal de garganta (lo ahorcaron en la plaza mayor) y de una mujer cuyas notables habilidades profesionales la llevaron a ser conocida como María “la brincos”.
La historia de este pícaro ─hermano de andanzas e infortunios del Periquillo y del Guzmán de Alfarache, entre otros no menos célebres─ es contada por el escritor saltillense Artemio de Valle-Arizpe, cuya obra fue reeditada el año pasado, por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, para el recreo de los interesados en conocer las correrías de un hombre que, a pesar de tener el aspecto de “un garbanzo trepado en una garrocha”, disfrutó la vida rodeado de las dulzuras ofrecidas, muy liberalmente, por notables leperuzas.
Bibliografía:
Valle-Arizpe, Artemio. El canillitas. México, Ábside, 2007, 352 pp.
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