¿A qué vienen los lloros y los amargos devaneos? Demasiado complejo es el mundo, para permitirnos deshacer las horas en infaustas premoniciones y en quejas propias de plañideras. La vida, escribió Robert Louis Stevenson, es “tan sólo un momento en la existencia del silencio eterno”, por ello, lo más sensato es recorrerla con alegría, acompañados del bullicio de los niños, los claroscuros de un paisaje, un libro y, por supuesto, ces triplex circa pectus (“Tres láminas de bronce alrededor del corazón”, como lo exigía el latino Horacio), para no olvidar que, muchas veces, es necesario un poco de locura que dé tregua a la razón.
Demonios polinesios, tesoros escondidos en una isla de los mares del sur, una sombrilla para soportar el clima de Londres y un buen nombre que, más allá de nuestros meritos, nos lleve a remontar la escala social, son todos elementos que, según el autor del Extraño caso del doctor Jeckill y mister Hyde, nos pueden recordar, con una sonrisa, lo verdaderamente trascendente en la Tierra.
Con un dejo de sarcasmo y un guiño de complicidad al lector, en Memoria para el olvido, una serie de ensayos editados por Alberto Manguel, Stevenson habla acerca de los pequeños milagros de lo cotidiano, las quiméricas formas de los sueños humanos, los buenos libros, los excelentes escritores y las técnicas estilísticas que han de adoptar los novatos en las letras, si no desean convertirse en un “plumilla patizambo de muñeca floja”, incapaz de acercarse, aunque sea someramente ─pues ni aun Shakespeare pudo lograrlo─ a la verdad inacabable, monstruosa e ilógica que es la vida.
Bibliografía: Stevenson, Robert Louis. Memoria para el olvido. Fondo de Cultura Económica y Ediciones Siruela, México, 2008, 350 pp.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario